Cuando el atardecer toca campanas
y los ecos se convierten en memoria,
no sé si el tiempo ha pasado
y verdaderamente hemos estado ahí.
El cielo ha enrojecido, es cierto,
pasan las horas aparentemente ociosas,
todo está vivo y el vuelo de las aves
en sus alas dibuja lo que el silencio
no podría ignorar aún si no estuviéramos
bajo las inalterables sombras de los días.
No es el metal ceremonioso de una catedral,
es un sonido limpio que no compromete
el alma ni la luz que pareciera provocar
cuando repican a voluntad las campanas.
No me he movido del lugar de mi memoria,
he dejado revivir el pasado que asiste
a la derrota de un presente inexistente.
Rolando Gabrielli 2021
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