Estabas
sola en una isla
con tu
belleza inconfundible,
retando el
atardecer frente al mar,
lejos del
alcance del sol
y de las suaves mareas del Pacífico.
Absolutamente
de blanco,
un color
que retrata tu invisible imagen,
que se
multiplica con el tiempo.
No era un
sueño irreal,
sino un
deseo cumplido.
El día
inevitablemente se oscurecería,
como suele
ocurrir con el tiempo humano,
al correr solitario de las horas,
la lenta caída de la oscura oscuridad,
sin nada notable más que la paz de las aguas.
Siento que debí estar ahí esa noche.
Rolando Gabrielli 2021
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