lunes, noviembre 08, 2021

Los dulces frutos del árbol de Nole

Soy un observador ocasional del tenis, intermitente, no lo he practicado, mi deporte favorito es el fútbol, pero cualquier disciplina deportiva la veo, sigo su práctica  y la privilegio de una sola manera: su excelencia, ética, compromiso, honestidad y disciplina. No todos pueden ser campeones, exitosos, llenarse de gloria, acumular trofeos, ser ídolos, admirados, ocupar grandes titulares y pasar a la historia.

El tenis es un duelo  absolutamente individual, donde la mente muchas veces supera al estado físico, la concentración máxima de cada uno de los dos oponentes se pone en juego, la suprema tensión que puede resumir este arte que  cumplirá un siglo en unos pocos años.

Tenis, tennis, tenez, la palabra es la misma para llamar a este deporte que se practica en un rectángulo de cemento, tierra abatida y hierba natural: US Open, Roland Garrós  y Wimbledon. Son muchas más las canchas importantes y torneos donde se ha desarrollado la historia  global de este deporte. Se  toma  como un hecho que  el tenis nació en la hierba natural, pero esta breve nota  no es para hacer historia, dar clases de tenis, porque a la pelota amarilla se le golpea de infinitas maneras y yo me sigo sorprendiendo con el irónico, letal, malicioso, toque maestro del drop shot, donde el contrincante es superado, siempre, por la magia más que la fuerza. La pequeña pelota amarilla es golpeada de diversas maneras, una y otra vez, de lado a lado y el espectador la sigue con la vista desde las tribunas, porque es el centro del juego y no deja de sorprender la velocidad y los ángulos que suele tomar durante el juego.

Este domingo 7 de noviembre del 2021, me senté en el sillón a ver a Novak Djokovic /34), el número uno hace ya siete temporadas, contra el número dos del mundo,  Daniil. Medvedev (25), el joven gigante ruso de casi dos metros de altura. Era una revancha, Nole había perdido la posibilidad de ganar su 21 avo Grand Slam en el US Open y ponerse por encima de sus dos competidores históricos, el suizo Roger Federer y el español Rafael Nadal, precisamente ante un sorprendente y eficaz Daniil. Dos, de los tres mosqueteros más famosos y aguerridos del tenis contemporáneo, Federer (39) y Nadal (35), han dejado los torneos, transitoriamente, por reiteradas lesiones, cediendo la supremacía absoluta al serbio. Los Tres Mosqueteros se vieron por última vez en el Roland Garrós, donde Djokovic se alzó con el trofeo, en un terreno donde el español Nadal ha hecho historia dentro de la historia. Roger Federer, uno de los más virtuosos espadachines del tenis, le ha dado a este deporte elite, de clase social alta, exclusivo, para Ladys and Gentleman, una música inconfundible, insuperable  armonía, sincronización, la magia de un lenguaje  corporal sin palabras. Un ejemplo del Duende que nos hablaba Federico García Lorca, donde solo las estrellas reconocen la luz del firmamento que iluminan.

En su último duelo,-el Abierto de Francia- Nole, que lo llevó a un escalón más al podio del mejor de todos los tiempos, tomando en cuenta el número de títulos ganados y otros datos que conocen al dedillo los expertos y fanáticos, mostró su jerarquía, temple, el arte de la fortaleza mental y la voluntad de vencer. Ha hecho una costumbre perder el primer set y remontar como el Ave Fénix, jamás apuesta a su derrota. El ruso Medvedev, en un gran gesto de hidalguía, cuando lo derrotó en el US Open, le dijo: para mí tú eres el más grande  de la historia. Curiosamente, Nole juega cada partido también con un adversario fuera de la cancha, un comentarista de una cadena en español, que no se convence de las virtudes del serbio, por decir lo menos en no pocos desaciertos de sus opiniones.

El tenis es un duelo sin tregua, nunca se presenta igual, las variables son numerosas, pero la atmósfera de la derrota se lleva también los aplausos, esa lucha contra uno mismo y el destino que ya está escrito. El que sabe  de todas estas sensaciones, porque las vive, es el jugador que está sostenido en la cancha por sus zapatillas de marca,  convicciones,  deseos de ganar  y derrotar  no solo a quien tiene enfrente, sino a su propia soledad.

El serbio ha ganado el Rolex Master de París, y echado a andar  una vez más el reloj de su propia historia.

El pequeño árbol, trofeo que representa físicamente su triunfo, seguirá echando raíces para el crecimiento de nuevos frutos  y triunfos en su  brillante trayectoria como tenista.

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