El mar está silencioso, ausente en sus aguas
y se deja entrever detrás de los edificios,
que caminan como elefantes al cementerio
de edificios muertos,
con sus gruesas capas de cemento y vidrios.
Reflejan una dura inconmovible ciudad
que yace muerta a los pies de unas olas frágiles,
sin más orilla que el cemento y unos muros
dóciles a las manos del hombre,
que crecieron en la desidia y el olvido.
¿Quién podría estar feliz
con una supuesta modernidad
instalada en una vidriera que refleja
un sol frustrado, irremediablemente
marginado al paisaje que lo sepulta?
La ciudad frente al mar pareciera no reconocerse,
a sus espaldas un horizonte de cemento y de hierro le precede,
como un himno melancólico de voces y cosas muertas.
Rolando Gabrielli2023
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