Bob Dylan
En el momento de mi confesión, en la hora
de mi más profunda necesidad
Cuando el charco de lágrimas bajo mis pies inunda cada semilla recién nacida
Hay una voz moribunda dentro de mí extendiéndose en algún lugar. Bob Dylan
A nadie puede caber alguna duda que Bob Dylan es un espectáculo dentro del espectáculo que brinda a su público con todo el poder del carisma de su voz y el silencio atronador que le acompaña en cada concierto.
El viejo Bob no siempre es el mismo Bob.
Fiel asimismo, prescinde de cualquier cliché que le recuerde que es, tal vez,
Bob Dylan o su más parecido espejismo.
Lo único que pareciera permanecer, es su
voz, pero lo que verdaderamente se instala en el espectáculo que brinda por las
salas del mundo con una gran frecuencia a
sus 82 años, es el escenario que le representa ante el público, y sobre todo,
el mito, la leyenda, la suma susurrante, un murmullo interior que mantiene expectante en sus
gestos y silencios, que parecieran un desprecio olímpico a la realidad del
momento.
Quizás si se le preguntara, se dejara
interrogar, para saber si él quisiera estar allí en ese momento tan esperado
para sus admiradores, respondería con uno de sus magníficos silencios, que son parte importante de su
legado musical. A lo mejor ni él sabe, ni sospecha, que su mayor desafío es
seguir siendo Bob Dylan, sin imitarlo, pero si intentar superarlo en la
intimidad, en sus apariciones que son un solemne público anonimato. Si no
supiera que la gente paga por ir a verlo, que quiere estar vibrando con los
sueños de su poesía, intentaría que cada presentación fuera desgravada, para
volver con una nueva, como si fuera su primer concierto.
Un
espectador novato a simple vista ve a un
cowboy con un sombrero alón, estilo
Clint Eastwood, apacible, ensimismado, nunca ausente, absolutamente dueño de su
paraíso perdido en el teclado de un piano cuyo teclado viaja entre sus dedos.
Se debe entender al momento que sube al escenario sin presentarse, ni llenar la
audiencia de sonrisas, palabras encantadoras, casi musicales, que se verá algo
distinto en la misma persona, que tiene como oficio no parecerse a ninguno de
la misma especie. No creo que luche contra sí mismo o un estereotipo que nos
hayamos hecho de él, más bien siempre se estrena, se ve en el otro que nunca es
el mismo. Sin duda, nunca usa el mismo espejo para verse dos veces la misma
cara, ese rostro que dice estar y no estar, sino ser.
A veces cuando
me refiero al inefable Bob Dylan, los jóvenes dicen no conocerlo, los más
avispados se preguntan asombrados: ¿está vivo? Si les digo, sigue cantando, tocando el piano, con su armónica y
guitarra, entrando y saliendo de sí mismo para complacencia de las multitudes
que acuden a encontrar algo nuevo para sus vidas. Bob, lo dice, contiene
multitudes, se considera un hombre de muchas contradicciones, y va donde las
cosas perdidas se vuelven a hacer bien otra vez.
La música, el
blues puede seguir con sus mágicos compases, su mutante melancolía con su
propio ADN y Bob Dylan como si nada, está recitando su propia oración, no
dejando nada en su confesión para una posible condena o penitencia. Lo ha
vuelto a decir, hace un tiempo en España, en uno de sus conciertos que da por
el mundo y puede ser una manera para que constatemos que está entre nosotros
como en sus mejores tiempos, aunque nunca sea el mismo, porque a lo mejor no le
gusta repetirse para darse cuenta que está vivo.
Rolando Gabrielli2023
1 comentario:
Muy lindo texto! Bob Dylan...
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