El tiempo lo cargamos a diario, su suma es lo que estamos siendo, fuimos y seremos. El tiempo es lo que nos queda y se acaba. Se ve en el espejo, en los movimientos corporales y la memoria. La naturaleza maneja su propio tiempo y por encima del hombro de los sismógrafos se desencadenan grandes terremotos, los volcanes entran en erupción y la Tierra se estremece incansablemente. Nuestros pobres radares, sensores, apenas tienen oídos sensibles para detectar las catástrofes que han sobre-pasado nuestros hombros y ganado la espalda de la tragedia. Los barómetros y las sofisticadas computadoras en los modernos centros de alerta de huracanes, sólo registran los fenómenos y alertan.
El tiempo tiene sus propios derroteros, el ojo del huracán mira por todos nosotros. El tiempo es lo que sucede inexorablemente y no podemos impedir.
El martes 20, viajaba por el Corredor Sur de ciudad de Panamá, una autopista frente al Océano Pacífico, a la velocidad de las urgencias. El cemento bajo las llantas y el paisaje sobre el parabrisas, la ventana a la derecha comiéndose la carretera y el mar. Todo normal, cantaba Gustavo Cerati: Hay que cerrar los ojos para poder ver/el diablo no es más que un ángel/con ansias de poder.
El tiempo sucede en cualquiera de las direcciones, el de la naturaleza y el que nos inventamos para medir la vida y la muerte. El cielo, que es lo más alto que podemos ver, puede ser algo amenazante y de hecho, como suele ocurrir en el trópico, el tiempo ignora cualquier regla establecida. Apagar las estrellas y extinguir el sol/es el capricho de la razón...sigue Cerati, al caer la noche tomaré el avión/si la luna es el pasado/ahora es nunca/todo es nada/sino descanso en tu mirada/algunas cosas me dejaste ver/algunas cosas escucho/lo suficiente para comprender/el poder de los deseos/ahora es nunca/todo es nada.
De pronto el cielo se puso negro, los vientos huracanados ganaron fuerza y todo el espacio a su alrededor y los granizos con sus pequeños hielos comenzaron a caer sobre las avenidas del trópico. Se montó la tormenta sobre el automóvil y atardecer panameño se enfrió e hizo difuso, lluvioso, con una tormenta eléctrica que venía viajando del Caribe, en la costa atlántica istmeña. Fenómeno inusual en Panamá, los pequeños rasgos invernales, la tarde se enfrió, el oleaje nos hizo ver otra ciudad, algo inventada por la naturaleza. En la noche el noticiero habló del fenómeno y volaron tejados, cayeron árboles, se inundaron casas, no hubo víctimas fatales, pero si daños por los vientos huracanados de 35 kilómetros por hora.
Gustavo Cerati seguía cantando, en medio de la tormenta eléctrica: Adentro tuyo/Ah, no veo el sol/Adentro tuyo es un licor/es un licor/cuerpos de luz corriendo/en pleno cielo cristales/de amor amarillo/no dejarè que seas fria/yo podría calentarte/ para abandonarme/y renacer renacer,/renacer/explosiones en tus ojos/agujeros en la piedra/y un verde profundo en el mar /hay algo en el aire/detalle infinito/y quiero que dure para siempre/para siempre.
Regresé a casa a escribir esta historia y a la entrada de la firme puerta de color caoba, estaba esperándome una Rana. Eran las 12 de la noche, abrí lentamente las dos cerraduras, esperando que se convirtiera en princesa. Me miró con sus ojos entornados, inmóvil por unos segundos y luego dio unos saltitos, quizás se subiría a su carruaje encharcado, porque la noche había concluido para ella y llegué algo tarde por esta vez.
Rolando Gabrielli©2006
No hay comentarios.:
Publicar un comentario