martes, enero 16, 2007


UN CAMIÓN DE LUCIÉRNAGAS
Rolando Gabrielli©2006
La larga cuncuna simpies partió de la Estación Dormida, una mañana de domingo, tibia, tropical, húmeda, feliz, por tratarse de estos tiempos difíciles. El maquinista, el Dragón Comodoro, tomó el control del volante del primer Macks rojo, apenas se apagó el humo de su café negro, una taza amarilla que solía usar en las mañanas antes de un viaje largo. Sonrió por última vez e hizo señas en señal de partida.
Miró por última vez hacia tras la larga hilera de camiones que completaban el cuerpo de la cuncuna que él lideraba entre las montañas y un vasto campo verde, donde se escondían secretamente las orquídeas. Encendió la emisora, y le entró una música vieja que comenzó a inundarle el corazón de nuevas sensaciones: Amor, espera, siempre vuelve la primavera/ Tú eres el motor de esta máquina de cuatro ruedas/ empújame que al cielo llegaremos/ juntos ya vamos volando, te lo aseguro,/ llegaremos en nubes de plata/ Amor, espera...Y así se fue tarareando cuando dio la orden de partir.
Hurra, gritaron todos los camioneros. Había una extraña, creciente felicidad en sus corazones. Una luz en sus rostros no fácil de describir. La cuncuna motorizada se puso en marcha por fin. Irían en círculos hasta llegar a la cima de un pueblito. Llevaban una carga secreta, única. Durante toda la noche los hijos del Dragón Comodoro y sus amigos habían estado recogiendo la mercancía.
Sólo un camión llevaba ese luminoso cargamento y todos los demás iban vacíos en señal de protección. El pueblo llevaba tres días sin luz en la cima y se estaba muriendo la gente de oscuridad. Había que vaciar un camión de luciérnagas, para que volvieran a vivir.

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