Es el mismo Gonzalo Rojas, poeta irreverente, anarca, lúcido, presente, vigente, de caminar lento y voz ronca, minera, de Lebu adentro, pitazo de tren del Sur. Es la estrella cercana, próxima, aquí en la XX Feria Internacional del libro de Bogotá (La Fiesta del Libro).
Sentado, enfundado con su chaqueta de cuero negro y su tradicional vasca sobre la cabeza, Rojas inmutable en primera fila cierra los ojos en el stand de Chile, país invitado de honor, y escucha un contrapunto sobre su poesía y Parra. El agregado cultural de Chile en Colombia, flotaba en la mesa principal con su aire del "Huevo duro" de Condorito, bajo el slogan: Poesía, patrimonio vivo.
Gonzalo presente, Nicanor, ausente y Neruda siempre el referente.
Era un crítico chileno él que hacía el viejo, tradicional y conocido paralelo entre la poesía parriana y rojiana, que para muchos bogotanos debió ser un misterio, porque ha pasado mucho agua bajo el puente de ambos poetas nonagenarios y candidatos al Nobel de literatura. Dio la impresión de dos púgiles pesos pesados que no quieren retirarse del gran tinglado de la poesía, aunque estuvieran ingresando al ataúd.
El crítico, único expositor, en su monólogo que leía de unos apuntes, imitaba el vozarrón de Rojas y le miraba con complicidad. Rojas tomaba impulso en latín, persa, arameo, chileno finalmente, para arrastrar con su vozarrón profundo, venido del socavón minero, al público bogotano que le esperaba junto al Alcalde de la ciudad.
El poeta se levantó tras finalizar ese acto, en medio de los flash y al poco tiempo fue flanqueado por una pelirroja esbelta, especie de musa de la cultura chilena, que lo condujo por la sala hacia el acto central, el pabellón principal de la Feria: el Auditorium José Asunción Silva, donde el autor de Contra la muerte, sería el orador de fondo, en un masivo acto con el Alcalde de Bogotá, en el día mundial del libro. (Bogotá capital mundial del libro, declarada por la UNESCO).
Me acerqué, saludé y le dije que conocía al otro Gonzalo, Millán, que venía de Panamá etc y dijo, cuánta falta nos hace Gonzalo. (Desde Estados Unidos, me contaba Millán con una sonrisa cómplice, que Rojas le enviaba unos poemitas cortitos). Antes de salir y despedirse, Rojas dijo en su propio francés: "fatigué", por las luces y fogonazos que resbalaban por su rostro, aunque él se veía descansado.
Rojas llevaba en su mano un misterioso libro rojo, como se observa en la fotografía y echó a andar por el asfalto de la Feria hacia el auditorium, de una Bogotá gris, lacrimosa, enfiestada en el libro y la palabra. Quedó flotando en el ambiente, una de sus definiciones personales más repetidas: soy allendero de Allende.
En una llamada cata de poesía chilena,- días antes en la Feria- donde se compara a Neruda con el vino, Huidobro el champagne y a Violeta Parra con el agua, no se mencionó a Millán, y se calificó a Manuel Silva Acevedo como un "sobreviviente de Parra". Se dijeron más cosas allí y se olvidaron otras tantas y a otros más. (¿Son demasiados poetas y sobran en el país de las bellas araucarias?) Un hombre con una bicicleta, maleta, unos cuantos libros y una botella de vino, champagne y agua, hizo un recorrido arbitrario por la poesía chilena. Lanzó un reloj al piso, para que se detuviera el tiempo, narró unas anécdotas, se refirió a algunos poetas y leyó sus versos, y después subió a su bicicleta, no sin antes recuperar su cronómetro y marchóse.
Usó muy seguido la palabra ninguneo, que "fundara", dijo, Gabriela Mistral, y se utiliza en Chile para el trato poco amable con los escritores que se los pasan por los forros las autoridades y su comité oficial de clasificadores. Por ejemplo, digo yo, Roberto Bolaño es un caso típico, ya que no figura entre los elegidos en el stand de Chile para la fotografía de los más representativos escritores del país sureño. La palabra ninguneo es moneda de uso corriente en Panamá, por eso la conozco. Término preciso, docto para el olvido e indiferencia, el mal trato que suele pasar como el viento, pero que a veces se sostiene en el tiempo como si fuera un pequeño huracán de opereta. Bolaño se lee en Bogotá de una manera muy bacana y berraca, diría un colombiano y padre, un mexicano. Ya volveremos sobre esta oscura golondrina de la narrativa chilena, que ha entrado al mercado norteamericano como una estrella postmorten, pero vivo y coleteando. La Feria tiene mucha cuerda aun.
Rojas ya llegó al auditorium con su pelirroja enbluyinada y grandes ojos de sirena degollada. (El atardecer cae de pie en Bogotá) Frente al auditorium una lluvia de flash, nubarrones de periodistas y el Alcalde de la muy leal ciudad, declarada en el día Mundial del Libro, mientras unos niños, con unos grandes textos preparan su próxima actuación. No cabe ni un alfiler en el gran salón. El Alcalde da un discurso soberbio sobre la ciudad.
Rojas, autor de La Miseria del hombre, su primer libro, giró su cabeza a la izquierda y le dijo al Alcalde una frase de cinco pisos, cuando concluyó su pieza sobre la polis:"eres casi inteligente". Risas, miradas de extrañeza, un público bogotano municipal, intelectual y de funcionarios y artistas sorprendidos por la salida de quien calificara de preciosa a ciudad de Bogotá, en más de una de sus intervenciones. (En el gran paréntesis de la noche, los cien lectores se preparaban para leer Cien Años de soledad, de un sólo tirón, como si la historia tuviera alas, como en verdad las tiene.) (Son 300, 400 o 500 mil personas las que leerán, tocarán o mirarán un libro este año en la XX Feria colombiana. No los he contado,- dicen que son unos 100 mil- pero siento que se multiplican por noche, las palabras no duermen, se siguen escribiendo asímismas, robándose las letras, intercambiándose las sílabas, el abecedario, aun muchos textos son atrapados por lectores voraces que a un precio a veces salvaje, lo introducen en las bolsas feriales y se los llevan a sus casas. Allí, en la fría noche bogotana son ojeados, leídos, manoseados sin pudor. Yo los vi salir con sus Bolaños, Rojas, Murakamis, Garcías Márquez, Pamuks etc. etc.)
Rojas de la provincia del viento y del carbón, hijo de Chile entero, iberoamericano por adopción, se tomó la palabra y dijo: "la historia es imaginación y palabra; el libro es palabra; el hombre es palabra; todos somos palabras". Seguidamente o antes, para el caso es lo mismo, se había declarado "bogotano" y ya el auditorium estaba en su bolsillo, con su imaginería ladina, cazurra y sagáz. Holderlin, agregó con voz profunda, advirtió que la palabra era el más peligroso de los bienes. En toda su estancia bogotana , Rojas se ha referido al renacer de su niñez y a su vocación iberoamericanista, porque "todos somos de la misma patria. La mía es iberoamérica entera, a esa patria aposté siempre", enfatizó. Premio Cervantes, Juan Rulfo y Hernández, "famoso y reconocido" a los 75 años, el Olimpo de Bogotá estaba esa noche bajo los pies cansados de Sur y de mundo de Gonzalo Rojas. Pisó firme el poeta el asfalto, la sabana bogotana, desde Lebu se sintió hijo legítimo de la tribu de Iberoamérica. Al Rey de España, contó, le hizo saber desde Lebu, que la palabra respira, hay que vivirla, asumirla como conducta. Citó a Ercilla, ese joven mozo que fundó con la palabra a Chile. Nosotros, añadió, somos aprendices de la palabra. Y la noche estaba para el encanto de la poesía y como en el corrido mexicano era el rey, sentenció:" El Canto General de Pablo no es tan malo", y la risa del respetable apareció como un murmullo complaciente. Encontró que La Araucana era un poco extensa en sus 37 cantos, pero es que ninguna patria se funda de la noche a la mañana, Gonzalo Rojas, y menos con esos mapuches celosos, y con razón, de su tierra.
Pequeñas patrias destartaladas que nos necesitan tanto, arrancó en profundis, tanto para arder...Poesía un aire nuevo, no para respirarla, para vivirla...vivir bogotanamente América, amarla...América es la casa, una cita en latin, que el misterio de la noche traduce...La voz de Rojas truena, se hace cascada, y dice finalmente, yo quiero ser ese niño. Las bogotanas y los bogotanos se ponen de pie en un inmenso aplauso y llueve el abecedario, las pequeñas letras de papel que se transforman en palabras, en la fiesta del libro.
Rolando Gabrielli©2007
Epílogo:
Cuando el abecedario viajaba sin paracaídas del aire, como la palabra, y las luces se encendían con la voz ya apagada de Rojas, en el fondo, otra voz, gangosa comenzó a escucharse, como si viniera del fondo marino y siguiera viviéndose...La noche está estrellada y titilan azules los astros a lo lejos...
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