martes, mayo 15, 2007

Confesión epistolar




Me humedece tu endemoniada santidad. Tus religiosos 59 kilogramos sobre la balanza, libres, netos.
Corrígeme si me desvío un gramo de la verdad. No sé que esperas en llegar. No te des el trabajo en partir y acudas a algún aeropuerto con las manos de lluvia, sin ojos para mirar hacia atrás.
Las naranjas se parten y dan jugo.
Sólo sale el que entra y viceversa. Todo es comunión. Nido y alas; jaula y alas muertas; abrazos y risas de algodón.
Las palabras te comprometen a no ser gaseosa como las estrellas muertas. Toda vía debiera tener una contravía, un camino alterno. La muerte radica su optimismo en la perfección de su futuro. Su pasado es la superación de su presente eterno. Lo nuevo siempre es lo conocido.
Ya vez adonde nos lleva un cuerpo que respira en su levedad.

No hay comentarios.: