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Alexandr Solzhenitsin existió porque tenía una historia, tierra, patria, un lugar, un alma, que defender y así posiblemente lo creyó y reafirmó en sus actos con su palabra y obra. El Estado y el pueblo han coincidido en un mismo reconocimiento como pocas veces ocurre en la pequeña historia cotidiana y humana. Rusia sella y cicatriza heridas, con un sobreviviente, que físicamente ha muerto, pero deja un legado como los grandes escritores de la Rusia del siglo XIX: la memoria, la memoria. Se durmió finalmente Solzhenitsin, pero no dejó un mundo mejor, sólo registró su tiempo y denunció las injusticias. Su herencia nos pertenece a todos y el futuro también. Un verdadero escritor demuestra que no se puede hechar tierra a la historia, cuando exista una persona que se revele y grite en silencio hasta sumar su voz. (rolando gabrielli©2008)
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