sábado, octubre 04, 2008



Santiago quedaba en su atardecer tibio. Era febrero del 69. Mi cumpleaños me recuerda más aún la fecha. Había publicado mi primer poema real en una revista de prestigio, Trilce, al lado de vedetes chilenas e internacionales: Neruda, Lihn, Cardenal, Belli, Kavafis, Trakl, Thomas Merton etc. Era mi primer viaje iniciático en un pájaro de hierro y la estación era la madrugada del DF, donde dormiría y estaría un día y sencillo. Había pasado por nuestras universidades y la vida el impactante y trascendente Mayo del 68 a menos de un año y quienes nos movíamos en el mundo de la poesía, nos enteramos también de la renuncia del poeta Octavio Paz a la embajada de México en la India, por la matanza de Tlatelolco, La plaza de las Tres Culturas, que ahora bautizo como de las cuatro culturas: la de la Muerte a partir de esa vergonzosa fecha, el 2 de octubre del 68. La cultura de la Muerte tiene historia en América latina y no vayamos más lejos de nuestras fronteras, porrque el hombre no puede vivir sin la muerte. La muerte y violencia institucionalizada es un ejercicio feroz en Nuestra América de Norte a Sur y aún vestimos en nuestra geografía el pijama de madera. Cómo jóvenes y universitarios, aprendices de latinoamericanos, teníamos fresco en la reciente memoria, esa matanza de la noche triste de Tlatelolco, la ciudad legendaria prehispánica. Se hablaba de 30, 40, más de un millar de muertos de voz en voz, porque el ejército y civiles dispararon contra una multitud. Pero la información, como en todo acto donde una de las partes es aplastada, lo que viene es el más profundo de los silencios, temor, "olvido" momentáneo, una respiración callada para seguir viviendo con el peso de la oscura sombra de los muertos.
Vuelo largo de extremo a extremo de las Américas, y más para un provinciano, pero el DF del 69 se presentó iluminado como un gigantesco aeropuerto que de pronto se extendía a todo horizonte más allá de lo razonable para nuestra imaginación. Dormía el DF y estaba frío en el amanecer de su madrugada y nos alejamos en un taxi a la casa de mi tío. Después de unos recorridos, Plaza Garibaldi, unas cuantas horas en el ojal del DF como en un gran agujero desconocido, en el laberinto del DF, más bien, en su sombra recortada sobre el tiempo, viajé a La Habana y nos fotografiaron en el aeropuerto como si fuèramos cantantes de rock. La información por esos días de febrero en el DF sobre la matanza en La Plaza de las Tres Culturas, era que las hordas de Gustavo Díaz Ordaz habían disparado a matar el movimiento libertario de la juventud universitaria mexicana. La justificación era apagar una conjura soviético, china y cubana. (¿Un homenaje a las tres culturas?) La literatura mexicana es muy amplia sobre los detalles y pormenores, los hechos del 2 de octubre del 68, aunque nadie tiene una diea real del número de los muertos. Han transcurrido 40 años del mismo silencio de aquella noche y sólo se levantan los gritos de los muertos de la larga noche ensangrentada de Tlatelolco.

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