Se sentía màs identificado con el nombre de Rolando Denver. Eso sí, estacionado en Limbo city. Las leyendas nacen en los àmbitos desconocidos. Un punto geográfico pasadillo para no ser descubierto o conocido. Siempre se identificó con los caminos que se bifurcan. Las encrucijadas le permiten escoger hasta al Águila. El Cóndor, en cambio, lanza su aeroplano mayor sin ninguna otra alternativa que atrapar con sus feroces garras la presa en turno. El aire se corta en un chasquido de dedos. y el eco es como un bostezo. Así el tiempo, las cosas, lo que va y viene, el viento de la literatura se convierte en realidad cuando no existe. Todo era posible hasta lo imposible, ni lo que llaman regularmente la buena fortuna. Lo que se dice corrientemente al alcance de la mano. En Limbo city se puede caminar al revés y nadie lo nota. No es ninguna cábala ni tiene resultado respecto de la prosperidad ni lo que llaman la buena fortuna. Eso no se lo deseo a nadie, es absolutamente aburrido, idiota. No existe dirección alguna y cada movimiento contradice a otro, como las señales del tránsito. El humo tiene una mayor consistencia. El mundo allí, en Limbo city, también se filtra por alguna de las rendijas digitales. Su consistencia es gelatina frágil. Es divertido verlo desde allí., como un caleidoscopio negro que se regula por la humedad y las lluvias. Es una película propia, este L.c.. Aquí no ha pasado nada. Los muertos se entierran en todas partes mirando el màs allà. De una orilla a otra orilla se llega sin respiraciòn finalmente. El gusano se arrastra de la misma manera.
No era necesario ser un clàsico, vivir en NY o Parìs, RDenver, para presentarse ante este oficio desnudo y dejar correr el libreto de la realidad como si fuera escrito por uno mismo. Bajo la lluvia, que lava todo o en verano, sol de febrero, pueden ocurrir el mismo puñado de cosas sueltas que no se atan fàcilmente y vuelve a ti como la imagen de un desconocido frente a tu espejo. No quiero decir estas cosas y tampoco otras. Existe un orden, probablemente, una manera de reagrupar los sueños que la memoria repasa y no olvida. Es cierto, pero el caos es el orden verdadero. Anoche soñè con la ciudad prometida bajo la nieve que la cumbre por esta època del año. Una profesora, con quien alguna vez crucè unos mensajes, bebìa un cafè en un local àrabe y leìa un libro que habìa escrito para ella. Sonreìa como si conociera las palabras. La ventana descubrìa su rostro que aún me hechizaba detràs de la nieve y lo iluminaba una boina roja que no se habìa desprendido de su cabeza. Nunca le habìa visto tan dichosa. Su blujeans, de un azul intenso, tenìa una rotura a la altura de su rodilla. La moda le asentìa como a una adolescente. Evitè caer en el sentimentalismo y me salì del sueño. Por esos días, Rolando Denver leìa J. Kerouac y dormìa con un hermoso sueño complemetamente sin sueños. Recorría las calles que tal vez nunca conocerìa. ¿Esas son las inolvidables? Dejar huellas sobre la nieve no es nada definitivo. El viento suele expresarse de una manera parecida. Hay señales que uno reconoce dormido.
No era necesario ser un clàsico, vivir en NY o Parìs, RDenver, para presentarse ante este oficio desnudo y dejar correr el libreto de la realidad como si fuera escrito por uno mismo. Bajo la lluvia, que lava todo o en verano, sol de febrero, pueden ocurrir el mismo puñado de cosas sueltas que no se atan fàcilmente y vuelve a ti como la imagen de un desconocido frente a tu espejo. No quiero decir estas cosas y tampoco otras. Existe un orden, probablemente, una manera de reagrupar los sueños que la memoria repasa y no olvida. Es cierto, pero el caos es el orden verdadero. Anoche soñè con la ciudad prometida bajo la nieve que la cumbre por esta època del año. Una profesora, con quien alguna vez crucè unos mensajes, bebìa un cafè en un local àrabe y leìa un libro que habìa escrito para ella. Sonreìa como si conociera las palabras. La ventana descubrìa su rostro que aún me hechizaba detràs de la nieve y lo iluminaba una boina roja que no se habìa desprendido de su cabeza. Nunca le habìa visto tan dichosa. Su blujeans, de un azul intenso, tenìa una rotura a la altura de su rodilla. La moda le asentìa como a una adolescente. Evitè caer en el sentimentalismo y me salì del sueño. Por esos días, Rolando Denver leìa J. Kerouac y dormìa con un hermoso sueño complemetamente sin sueños. Recorría las calles que tal vez nunca conocerìa. ¿Esas son las inolvidables? Dejar huellas sobre la nieve no es nada definitivo. El viento suele expresarse de una manera parecida. Hay señales que uno reconoce dormido.
1 comentario:
"Las cosas...duraràn màs allà de nuestro olvido..." decìa Borges. Escribe Rolando Denver!!, luego tu lectora sureña te lee!!!!!!!!!!!!!!!
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