EL PÀJARO HERIDO
¿La tarea de la muerte es repasar la vida y caernos al abismo? La poesìa se siente asmàtica, de oficio dudoso, persistente, ejerce de maestra la silenciosa libertad/ El poema puede prolongarse màs allà de las cosas/ Como un último brazo ahogado del rìo ante el mar/ el poema es el mar/¿Nos quedamos sin orilla en la orilla, Alejandra? ¿Nos vamos para sentarnos en el umbral?/De otra manera pulsa el sueño el cuerpo sobre la sàbana dormida /Mañana es esta mañana pendular de saberte perdida/momentàneamente /en el mar que no hace olas/sino devora pequeñas algas/y la noche oscurece las oscuras horas/Mareas locas de estos dìas/la poesìa llueve signos ilegibles/guijarros no son estrellas ni palomas/las manos que se vuelan, Alejandra./Son el poema.
Rolando Gabrielli©20111
Alejandra Pizarnik, quien en verdad se llamaba Flora Pozharnik, se suicidò a los 36 años de edad, en 1972, actualmente tendrìa 75 años. La hija de inmigrantes rusos judìos se transformò en una autora de culto, icono de argentina y las vanguardias, pero mal leìda, menos editada, muy desconocida para muchos. Lamentablemente eso ocurre con la poesìa, sobre todo aquella que no es pegajosa, edulcorada, que ofrece dificultades en una primera lectura, que no conduce por caminos piadosos y tradicionales. La Pizarnik como un trofeo, florero y centro de mesa de la poesìa femenina. No es la ùnica poeta en esas miserias tan humanas en el mundo literario, casi rabiosos olvidos del mercado. La poesìa, salvo raras excepciones, es un artìculo de menor cuantìa, un subproducto en un escenario donde el entretenimiento es Todo y es digital.
Abrumada por la vida, Alejandra Pizarnik, atentò contra su vida en Uruguay con una fuerte dosis de Seconal sòdico, pero ya habìa dicho en la cumbre del desencanto de un pàjaro herido de muerte: “dediqué mi vida a la poesía y ahora descubro que la poesía no le importa a nadie". Rotunda, categòrica, demoledora, asfixiante, definitiva. No se andaba por las ramas. Tìmida, tartamuda, asmàtica, en poesìa no balbuceaba, y asì lo reconocieron Julio Cortàzar y Octavio Paz, en su y debido tiempo.
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