Las calles de Valparaíso y la atmósfera única de la ciudad portuaria tienen su propia metafísica, algo de ese más allá suspendido en el aire, sus recodos, lugares secretos, el laberinto de unos sueños interminables. La pobreza tiene colores en el puerto y la riqueza de su monumental historia, vive en cada uno de sus números, 40, cerros que convierten su paisaje en una geometría imperfecta, lúdica y fantasiosa.
Camino por el puerto como un recién nacido, estas viejas calles son nuevas para mí, han pasado 31 largos años, y Valparaíso era solo memoria, un tiempo fugaz, devorado por más tiempo, y su mar torrentoso silbando días de lluvia y niebla, la costa de Chile.
He vuelto, le digo al puerto, sé que nadie me esperaba, sino sus antiguos bares y plazas, los balcones hacia el precipicio, tierra de terremotos y abismos, mar huracanado. Hay mucho olvido en algunos barrios, laberintos, soledad de puerto, mar de viento y tempestades.
Recorro el espinazo del puerto, sus vertebras, hombros, los huesos de su inacabado cuerpo, asciendo por sus erros y calles sin destino más que un cielo azul que cae sobre la ciudad aún suspendida en el sueño.
El puerto son todas las noches y una misma oscuridad reunida en este mar que retumba en la ciudad y en mi memoria. El mar, el mar de Chile olor a cochayuyo, agitado de espumas y olas, azul, ronco, silencioso de profundidades, vasto y principal.
Valparaíso, capitán del Pacífico, vas de viaje, aunque eres puerto, llegan y se van contigo tantos sueños hacia otros mares, mercancías, madera, perfumes, sedas, frutas, gente que deja paisajes y otras gentes. El mar, el mar Valparaíso, trae y lleva destinos.
Desde Cerro Alegre contemplo mi memoria, es tiempo de mar, de nubes errantes, aquí en el verano del 2019, Chile es su geografía desmembrada, abismos, sus bosques artificiales y nativos ardiendo en un mismo lugar, la tierra que llama nuevamente a construir sobre ella la casa nueva, el desierto que construye su Arca de Noé y volvemos a mirar las estrellas que no abandonan el cielo de Chile.
Aquí se rompe la geografía, la tierra, los ríos, la destrucción sella la identidad de Chile, y son los cerros del puerto los que iluminan la historia con sus casitas precipitándose a los abismos de la metafísica, naciendo antes del alba, la palabra y estas calles empinadas, silenciosamente mudas ascienden más allá de nosotros mismos.
El tiempo es viaje/ la luz del estío sobre el lomo de la ciudad/ahí persisten mis pasos/ las huellas que en alguna fecha crecerán/ o alguien descubrirá en la arqueología/ de su presente/Vamos puerto de mis amores/sueños a gotera/desvencijados/se repiten en estas calles locas/Nadie puede olvidarte/ son horas nuevas/ un reencuentro/la fuerza inevitable/que el viento arroja/frente al mar/y ancla junto a tu muelle.
El puerto es más fuerte que sus marejadas, terremotos, vientos huracanados y su paisaje es más que una postal. Es sobre todo su paisaje, lo instalado, esa acumulación del tiempo y las cosas en un solo lugar y al mismo tiempo. No serian suficiente un millón de arquitectos para diseñar u construir este maravilloso disparate, Valparaíso. Todo lo contiene el amanecer y la noche, el día cotidiano de Valparaíso.
Hay puerto cuando alguien arriba a un lugar o simplemente lo abandona y se echa a la mar.
Valparaíso, te debía algo màs que el silencio.
Rolando Gabrielli©2019
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