Dibujaba un sol brillante,
la luz de sus días grises,
fríos, inexistentes
y en sus ojos reflejaba
ese paisaje
que su luz inventaba.
Nada parecía brillar más
que su soledad.
Un alma a la deriva,
recorría la tundra,
un paisaje sin paisaje,
nacía de la espesa niebla,
de su corazón y ella desaparecía,
estaba en todas partes,
abandonada como una guitarra,
a su melancolía.
Rolando Gabrielli©2021
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