Amaba
las distancias,
las carreteras sin tiempo,
infinitas, días ociosos,
sin nombre, ni paradero.
El viento solo era viento
y nadie se detenía a buscar
lo que no encontraba.
Un dragón dibujado
en su espalda la identificaba,
con sus fortalezas y encendidas
llamas,
amaba la soledad de las montañas,
elevadas en cualquier paisaje,
viajaba sin mirar el pasado.
Un sueño inconfesable quizás
guiaba las líneas de sus manos,
como un mapa gitano,
sin puerto.
Su horizonte era el camino
y le esperaba,
un tiempo sin tiempo,
un espacio infinito.
Rolando Gabrielli©2021
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