El día que
murió Alejandra Pizarnik,
la
muerte estaba afilándose las uñas,
simulando que
se disponía tomar un café
y seguir
fumando, devorándose un poema,
presumía de
lectora de Alejandra:
“Vida, mi vida, déjate caer, déjate doler, mi vida,
déjate enlazar de fuego, de silencio ingenuo,
de piedras
verdes en la casa de la noche,
déjate caer y
doler, mi vida”
La muerte siempre es perra
y presume de inocente,
se las ingenia para ser incluida
en un poema, biografía, epitafio,
es la cereza del pastel,
la burda pareja
íntima de la vida.
Rolando Gabrielli 2021
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