El viejo del parque.
Así lo conocían. Era su única distracción, pasearse la mañana, con aire de
jubilado, título que no le correspondía. Carecía de una pensión, ni seguro
tenía. La vida se había descuidado en él y ya no se incomodaba. Se veía
en sus pasos, algo parecido al final de un atardecer. Su memoria estaba atada a
las noches de insomnio. Pasaba sin disimulo al fijar los ojos sobre los tallos
de un bambú otoñal. Una vez se le oyó decir que le traía suerte. Había
visto un rostro muy querido, lo imaginó tal vez.
Eulalio Flores tenía algo de provinciano, una
mirada de trigo de invierno. Guardaba al parecer alguna buena costumbre o razón
al detenerse ante la naturaleza. Siempre me pareció un poco ingenuo
para estos tiempos. La frivolidad, ayuda, había escuchado, sin tomar el
peso a la frase. Para qué corregir la realidad, se preguntaba, después de todo,
lo nuevo bajo el sol está en las pequeñas cosas que no siempre vemos a simple
vista. A veces, la luz de una vela ilumina más que el silencio.
Rolando Gabrielli2022
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