El anciano dijo: ha sido interesante no
contar con nadie. Llegar hasta aquí y ver el precipicio, el abismo, diría
un poeta, como un camino. ¿Los obstáculos no son eso?, se preguntó,
socarronamente. Arrastraba las palabras, probablemente, pero no le faltaba
lucidez en lo que decía.
Dejaba caer vocales y consonantes,
sílabas, sin más ruido que lo acostumbrado en un monólogo. No emulaba a Hansel
y Gretel con las migajas de pan en el bosque para regresar a casa.
El día era el mismo de ayer, no solo en
el paisaje lluvioso incesante, sino en su costumbre de ser igual a hoy y mañana,
repetirse en una palabra. Siempre estaba en un mismo lugar. El tiempo había
envejecido, era un trozo más de segundos, minutos, una hora a lo sumo, que se repetía.
Si debía pintarse de algún color, el amarillo era perfecto.
Hay
ruinas que no terminan de desmoronarse, carecen de horario, son decididamente indiferentes
preferentemente al futuro. En verdad,
volviendo a la realidad, se hace noche y la humedad compite con la oscuridad.
Lo pegajoso si no es un chicle, no tiene gracia.
Rolando Gabrielli2022
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