Anoche soñé toda la noche que me ahorcaba. Unas sogas relativamente gruesas, amarillentas, de esas que aprietan y raspan sólo con mirarlas. Eran varias en fila india. Todas casi uniformadas fente a mi cuello. Las sogas se sentían seguras de sí mismas, confiadas, aplomadas diría ahora. Si uno se quedaba mirándolas fíjamente, hacían sentir su utilidad, complicidad y casi respeto por su oficio. Yo diría que expresaban su compromiso y tambièn su silencio. Daban a entender una extraña confianza. Después de todo, lo que cierran es un círculo. Lo que hay dentro, en este caso, es lo que arrebatan. Nunca pierden la serenidad. Al otro lado del sueño, alcancé a vislumbrar que alguien alzaba una copa. No logré descifrar si era vino o champagne, porque la copa era transparente, sin color. Hombre o mujer, para el caso es lo mismo. Podía ser una despedida, supongo. Hay quienes se meten en los sueños y hacen cualquier gesto para sorprendernos. La noche estaba tibia. La ventana en su lugar y afuera, corría una brisa cálida. El sueño seguía su curso. Las sogas con su círculo abierto como si estuvieran en un desfile de moda. Yo había esperado todo el día una llamada teléfonica. No llegó. Las portadas de los diarios traían escritos escalofríantes. Probablemente normales. Parecía que todo se iba acabar en un sólo día. Las cuerdas no tenían apuro. ¿Conversaban entre ellas a quien le tocaba el turno? Sólo son suposiciones mías. Los sueños no son tan explícitos como uno quisiera. Se borran, superponen, atraviesan calles, carreteras, caminos, bosques, mares y caen a precipicios. Son sueños y tienen todos esos inconvenientes. Los personajes se suelen subir a trenes. Descender a sótanos y hasta tomar helados. Hay pisos de madera. Muros largos, verdaderos obstáculos. Todo puede caber en un sueño. Inclusive la realidad. Estas cuerdas son las más versadas en la materia de saber que todo es posible. Era una noche larga y no parecía avanzar. Estaba estacionada en la oscuridad, en las partes más oscuras del sueño. Hasta ahí no llegaba. Traducir un sueño no es nada fácil. Mi cuello estaba más alargado en un intento por ver de más cerca la luna. Sentir lo olores húmedos del trópico. No sólo escuchar, sino clasificar los ruidos de los insectos. Ver como las estrellas brillan a pesar de las adversidades. Y escuchar aullar a los perros, con sus voces democráticas, casi siempre uniformadas. Una puerta que se cierra o una ventana que deja la noche por fuera. Al otro lado del sueño, la copa volvía a ser alzada. ¿Triunfo o derrota? Uno se hace preguntas como si fuera a tener respuestas. Las escenas se suceden. Repiten. Varían. Quedan vacías. No encuentran el cuadro. Las cuerdas se siguen pasando la voz. Son palabras rosadas, amarillas, negras, rojas, violetas. Tienen textura y van silenciosas.
Alguien alza la copa al otro lado del sueño y me pregunta: ¿Por qué le cuentas esto al sueño? El escritor fue encontrado colgado por su mujer cuando llegó a casa. Rolando Gabrielli©2008
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