domingo, septiembre 14, 2008

La broma infinita, de David Foster Wallace


UNO
La muerte es un acto corriente. Ocurre. Un compromiso inevitable de la vida. Un hecho impostergable. Más allá o más acá, la línea está trazada. Se cuadra todo ante la capitana. A veces resulta ser una sorpresa anticipada. Ocurren eventos especiales que sorprenden, primero, a la vida, y luego, quizás, a la propia muerte. Internet trae de todo. Es caja de Pandora por naturaleza y el lector entra en el menú. Nada uno como en un largo río sin fin que desemboca en un mar de palabras. Toda selección es arbitraria y es lo que hace uno. Lee, separa, deja pasar, olvida. Algo queda entre los dedos y la memoria. No podemos leer todo y menos memorizarlo o procesarlo. Uno se detiene de acuerdo con sus intereses. Hay quienes buscan recetas de cocina y es un arte hablar de ese tema, repasar viejos postres, sabores, olores, seguir degustando lo perdido y recuperable. No buscaba nada, pero las noticias llegan a veces de manera espontánea, inconsultas. Son las que más sorprenden y quedan rondando en la cabeza. Noticias que adquieren categoría de obsesión. Independiente de nosotros mismos, adquieren categoría de ciclón silencioso. Vayamos al punto, la muerte de un escritor importa poco en estos tiempos. Es una notícula de obituario, que supera cualquiera de estas catástrofes naturales recurrentes, accidentes aéreos, asesinatos entre parejas, masacres, asaltos, choques de trenes, enfrentamientos entre narcos y policías, declaraciones de los dirigentes mundiales e historias de corazón, policiacas, de autoayuda, realty shows y pasatiempos de las cadenas de entretenimiento. basta leer con qué pasión y obsesión y banalidad también, se sigue el éxito o fracaso de losfutbolistas que juegan en otros países. Un escritor es una oveja negra y desacarriada con una campana loca al cuello. Lo que quiero decir es que David Foster Wallace, escritor norteamericano fue encontrado colgado en su casa por su mujer y me parecía un buen tipo, aunque no lo conocía ni había leído una sóla palabra de su potente y exitosa obra, según vengo a enterarme. Tenía 46 años, un gran humor, ejercía dando clases de creatividad en inglés y le cuelgan una fama desde 1996 cuando editó su novela Infinite Jest, aunque The Broom of the System, tuvo éxito en Estados Unidos en 1987 .
Espero que su novela emblemática La broma infinita, llegue a mis manos pronto. Un Writer de verdad, según voy buceando más y mas en su obra. No siempre llegamos a la misma hora David Foster Wallace. Son 1092 páginasmás otras 115 de notas y erratas. Según leo, tiene que ver con el compromiso que adquirimos todos en la vida con las diversas manifestaciones que se nos presentan: Dios, el Diablo, la política o cualquier oficio donde se de la entrega total. Es más que todo eso, al parecer, un buceo crítico de la sociedad norteamericana sin contemplaciones.
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DOS
Estuve pensando en David Foster Wallace, quien se sabía un suicida en potencia y había demandado lo vigilaran tiempo atrás en un hospital, cuando me interné en un parque de diversiones con entretenimientos norteamericanos. Me detenía ante los juegos, las marcas de los equipos, el idioma, las imágenes de Elvis Presley con su loca guitarra en Las Vegas, y todos esos juegos electrónicos para enloquecer al más cuerdo. Caminaba en la semipenumbra sobre la alfombra estelar, las luces, esos ruidos singulares de parques de entretención y aparecía mi desconocido escritor David Forter Wallace, como diciéndome: ya ves. es lo que digo, hacia donde vamos...No lo han dicho aún, ayer leí la información de su deceso y me quedé reflexionando si se había ahorcado o no. Lo encontró colgado su mujer, dice el primer anuncio de su muerte y lo reiteran los demás. Sigo leyendo sobre este autor y destaca su visión, sin duda, de la sociedad norteamericana, como apunto arriba de esta nota. Se fue convencido, por lo que leo, de lo que hacía. No hizo concesiones. No se trabó en la parálisis de la fama y del ego o de la banalidad del best seller. Qué malo tiene escribir un best seller, dicen, y quizás tengan razón, pero David Foster Wallace, noto que amaba los clásicos en el buen sentido de la palabra y apostó desde Grecia en adelante. Fue un duro crítico de Internet: "No nos engañemos: la Red no es más que una avalancha de información, un laissez faire salvaje, sin estándares éticos. Se acosa al consumidor con un aluvión de ofertas seductoras, sin ayudarle a discernir a la hora de elegir. La explosión punto.com es la destilación de la ética capitalista en estado químicamente puro".
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TRES
¿Qué llevó a David Foster Wallace a la decisión final?, me pregunto mientras camino entre esta atmósfera de diversión y distracción, donde las personas parecen hipnotizadas por los aparatos electrónicos y algunos juegos tradicionales. Crayzi`s, Carr son mis favoritos, y cuando me subía en un viejo parque frente al mar, los llamábamos Carros Chocones, pero veo que ahora son Carros Locos. Un buen nombre para tanta locura. La gente atiende a sus gustos, preferencias, dos chinas muy blancas y de rostros mezclados, están electrizadas frente a la máquina de Elvis Presley y reciben de premio unos cartoncitos canjeables por la estafa de siempre, un juguetito o llavero. ¿Todo será electrónico, hasta el corazón de la noche? Pienso en este hombre que desconocía, mientras miro la alfombra que me lleva a ningún lugar. David Foster Wallace, sigo investigando, se sentía triste por su país. La literatura le mantenía a flote, supongo, pero es un salvavidas limitado, cuando las heridas y dolores trascienden la palabra. Karen Green, su esposa, lo encontró colgado en su casa. La sociedad en que vivía, le apestaba. No hay muchas ni màs razones para una decisión de este tamaño. Era un gran jugador con las palabras, dicen sus críticos, con un gran sentido del humor negro-como me simpatiza este tipo-armador de lenguaje, ficcionador de realidades y viceversa, con suma claridad, transparencia, se paseaba de ida y vuelta por un mundo que rechazaba.
Duele la partida de un desconocido que sufría y enfrentaba la falsa felicidad, por todos nosotros. Los rostros que estoy viendo pasar podrían ir cubiertos con el chador musulmán y tendrían un significado, una mayor vinculación que la que tengo ahora con David Foster Wallace. Abandono este coto de la diversión electrónica y voy a comer a una franquicia colombiana. Un grupo de gringos jóvenes en una mesa próxima, unas lesbianas leen la cartelera de cine, una joven pareja cena como si fuera un ritual, muchas mesas vacías y me decanto por una ensalada griega con alcachofas y un jugo de guanabana. Salgo del restaurante iluminado por lámparas artesanales colgantes blancas y me dirijo al estacionamiento al aire libre. Inmenso y casi vacío, la noche caía tibia con una luna cobarde, apagada entre nubes muy altas, mezquinas, pero que ya entregaban a su rehén. No le perdí pisada a la luna cuando llegué al automóvil y el desolado estacionamiento crecía como un mar lejano de asfalto que dormía después de un día muy agitado. La marea ascendía a algunas cuadras, el mar real vivía su fin de semana.

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