Cada dìa me conmueven màs las conversaciones banales, absurdamente tontas, esas que se pasan de estùpidas, como si fueran las màs listas. La vida es una cadena de cosas ordinarias y de pronto algo brilla y si no lo ves, sòlo sucede para su propio esplendor. Algo parecido a la cola de un cometa. Me dice un amigo, màs bien un conocido, no vamos a otorgarle a las palabras un sentido que les queda grande. Dejè de doblar,advierte, a la izquierda, tomar cualquier objeto con la gauche, mirar inclusive de soslayo la belleza que viaja por el lado izquierdo, porque mi jefe es ultraconservador, derechista consumado. Tan es asì, que le agradarìa tener dos brazos derechos.
El alemàn es un lengua dura, me comenta una persona al pasar de su lengua sus palabras: ¿De acero pregunto? Su verbo es como un panzer, insiste. ¿Y le pregunto por què Kafka escribiò en alemàn? Estamos en un Mall, donde todo es ir y venir con los pies y los ojos puestos en las vitrinas. Un lugar para el ejercicio de la satisfacciòn personal. Un capuchino importado de la màquina italiana forma parte del mediodìa. Y al caer el reloj, pienso que fue Friedich von Schiller quien escribiò el himno al amor en alemàn:
El cielo azul puede derrumbarse sobre nosotros/Y la tierra puede abrirse/Poco me importa si me amas/“Paso”… del mundo entero/Ya que el amor inundará mis mañanas/Ya que mi cuerpo se estremecerá entre tus manos/Poco me importan los problemas/Mi amor, porque me amas/Iré a la otra punta del mundo/Me haré teñir de rubio/Si tú me lo pides/Iré a descolgar la Luna/Iré a robar la fortuna/Si tú me lo pides/Renegaré de mi patria/Renegaré de mis amigos/Si tú me lo pides/Te puedes reír de mí/Haré como que no me importa/Si tú me lo pides/Si un día la vida te arranca de mi lado/Si mueres, ó estés lejos de mí/Poco me importa! si tú me amas/Porque yo moriré también/Tendremos la eternidad para nosotros/En el azul de toda la inmensidad/En el cielo, no más problemas/Mi amor ¿crees que nos amamos?…/Dios reúne a aquellos que se aman.
La entrega total. La mùsica en el Mall revienta el tìmpano de una hiena, que sigue riendo y pensando en su pròximo festìn. Sabe que le dejarà las sobras al macho y en algùn momento lo autorizarà para que copulen para seguir manteniendo la especie y se reirà para sus adentros, como hiena, con sus amigas. Mùsica dura, que dirìa Schiller, para no pensar, èl "un romanticòn pasado de moda". Los rostros pasan sin mirar. Las bolsas cuelgan de los brazos. Una monja va de buen humor, como si Dios tocara rock. Hay un grupo de feas que se siente integrada a los parlantes negros, hoscos, que azotan las sienes y los sentidos parecen mendigos absortos, anulados. El Mall es como una calle, algunos se hablan, otros se miran, detienen, pasan, pasan. Pasa un profesor de Historia, nos reconoce, saluda. . ¿Por què la gente no conoce su historia?, le pregunto. Y responde, por falta de ideales. La historia se repite, sin embargo, aún así, añade, no nos hacemos cómplices. El profesor se fue con su historia, nos dejó su espalda en medio de los transeúntes borroso.
El estudiante de medicina que me acompaña al lado de mi mesa redonda, se destornilla en carcajadas. Dice que mientras exista misterio, habrá poesía. Bécquer, el de las leyendas, lo profetizó. Eres un romántico, escuché una vez que me dijeron en un hotel de playa azul y el mar siguió su curso rodeando la tierra como hace miles, millones de años. Me desprendo del sitio, nos despedimos y me voy yendo adentro del Mall hacia las billeteras de la lotería, por una tincada con un número que me silva el oído más allá de lo permitido. Cábala, sólo cábala. Me acerco al primer tablero mágico y pregunto: ¿Tiene el 2666? Me mira extrañado y sigo, voy recorriendo la suerte tablero por tablero, azar por azar, uno, dos, tres. Nada. Alguna vez lo tuve. Se voló. Suele ocurrir con los números, porque a nadie les pertenecen. Yo apuesto a la literatura, abro un paréntesis mental y me comento el número en la cábala. Y pido, que no me vaya a fallar San Roberto. ¿Usted señora tiene el 2666?, Sí, me dice. Bingo, digo. Y me pasa un manojo de números. Cuento: 14 pedazos. Me los llevo todos. La suerte es la suerte. 14 balboas que son dólares . Pago y me marcho. Suerte, señor, me dice. Sigo, pero la música me rompe el alma, dilata las venas, el corazón vuela del pecho y se estrella con un celular. Se han volado los decibeles más allá de Marte, aqui en la tierra, sobre las baldosas. 2666, digo para mí. y sigo, el sol ha estado fuerte, brillante en febrero, marzo y ahora abril. Debiéramos estar más optimistas. Los números quieren que alguien se los lleve. Ahí no hacen nada, se ven la suerte entre ellos. Pertenecen a un mismo tablero y azar. Se la juegan con sus cuatro cifras. Ninguno se siente feo, olvidado ni humillado. Algún día saldrán.
El estudiante de medicina que me acompaña al lado de mi mesa redonda, se destornilla en carcajadas. Dice que mientras exista misterio, habrá poesía. Bécquer, el de las leyendas, lo profetizó. Eres un romántico, escuché una vez que me dijeron en un hotel de playa azul y el mar siguió su curso rodeando la tierra como hace miles, millones de años. Me desprendo del sitio, nos despedimos y me voy yendo adentro del Mall hacia las billeteras de la lotería, por una tincada con un número que me silva el oído más allá de lo permitido. Cábala, sólo cábala. Me acerco al primer tablero mágico y pregunto: ¿Tiene el 2666? Me mira extrañado y sigo, voy recorriendo la suerte tablero por tablero, azar por azar, uno, dos, tres. Nada. Alguna vez lo tuve. Se voló. Suele ocurrir con los números, porque a nadie les pertenecen. Yo apuesto a la literatura, abro un paréntesis mental y me comento el número en la cábala. Y pido, que no me vaya a fallar San Roberto. ¿Usted señora tiene el 2666?, Sí, me dice. Bingo, digo. Y me pasa un manojo de números. Cuento: 14 pedazos. Me los llevo todos. La suerte es la suerte. 14 balboas que son dólares . Pago y me marcho. Suerte, señor, me dice. Sigo, pero la música me rompe el alma, dilata las venas, el corazón vuela del pecho y se estrella con un celular. Se han volado los decibeles más allá de Marte, aqui en la tierra, sobre las baldosas. 2666, digo para mí. y sigo, el sol ha estado fuerte, brillante en febrero, marzo y ahora abril. Debiéramos estar más optimistas. Los números quieren que alguien se los lleve. Ahí no hacen nada, se ven la suerte entre ellos. Pertenecen a un mismo tablero y azar. Se la juegan con sus cuatro cifras. Ninguno se siente feo, olvidado ni humillado. Algún día saldrán.
Dejo los tableros a su suerte y me encuentro con el dibujante. El artista del pasado, el que rescata la imagen de una foto a punto de desaparecer. Una manera de encontrar un viejo presente.
Voy saliendo del Mall y el aire de la calle, su paisaje, me dice que la naturaleza es fecunda como una infancia siempre alerta. Ya estoy en la vía Argentina y en un clic atrapo los pericos que no dejan de volar y periquear sobre los árboles. Usted amigo lector haga clic en la fotografía donde está el árbol sobre el edificio rosado. Es la penúltima de la serie de arriba hacia abajo y dígame cuántos pericos ve en la foto. Suelen volar en bandadas por las tardes en plena ciudad y sólo hay que cerrar los ojos e imaginar su cotorreo sin igual.
El Mall es un vicio del mudo moderno, ahì muchos hacen sus vidas diariamente, paseos, compras, vitrineos, cine, comidas. Es el gran espacio pùblicos social por excelencia. Las tazas de cafès se pasan de mano en mano y las voces siguen su camino.
Yo estoy viendo a Isabella en su Arca de Noè, viajando por el diluvio que ella guìa con sus botones y los animales, esas bestias en parejas salvadas, parecieran hablarle, expresarle sentimientos encontrados, como si quisieran bajarse de la nave y olvidarse del diluvio que tarde o temprano nos taparà a todos. Ella sòlo se deja llevar por el movimiento del Arca que nadie sabe adonde viajarà. Hay ruido de mar, aunque el de la ciudad es de lentas y pacìficas aguas. Me pregunto si Noè habrà hecho escala en esta parte del mundo. Còmo habrà capeado el temporal esa nuez en todos los mares del planeta.
La pequeña flor , que yo dejo invariablemente sobre mi escritorio, crece a la vera de un camino y permanece como el rostro de su dueña.
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