No, no estoy
en el negocio de las palabras,
en un mundo
de poderosos charlatanes
sin otro
verbo que las letrinas de la muerte.
Permítanme
recordarles que están quemando
los cuerpos
vivos de su propia historia
y esta
verguenza que asoma a la ventana
del terror,
la humanidad pareciera asistir
a un torneo
de caza donde el trofeo mayor
es la impunidad y el silencio ignominioso.
Veo gente
dejar a sus muertos
bajo los
escombros, apenas niños, niñas,
su infancia
muerta al azar
El horror
muestra sus dientes en pleno apogeo
de un nuevo
genocidio, que ayer
le llamaban
Holocausto.
Los nombres
ya no importan y los muertos cuentan
por miles,
sin tumbas, sin nombres,
los observan
los satélites, binoculares de comandantes
sobre el
terreno arrasado para contar de sus glorias.
Después
viene la historia y las películas
que
ficcionan el terror como si la muerte
fuera un
turista que viaja al más allá,
sin siquiera
un salvoconducto.
Me dejo
llevar esta mañana por una orquesta en mudo silencio
y siento los
ecos apasionados de las Cuatro estaciones
de Vivaldi, reclamarle al silencio del mundo,
con sus
magníficos violines, que el crimen no es
una obra
maestra.
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