Las palabras tienen su peso especìfico.
Significan y traducen circunstancias y realidades. Todos cargamos, aunque no
sepamos, una mochila con palabras. El tiempo se encarga de añadir y quitar
palabras a nuestras vidas. Algunas permanecen inconmovibles con el correr de
los años. ¿Tienen vida propia? Otras, arrastran su cuero camaleònico y
sobreviven a sus propios riesgos. Nos acostumbran a su sabor, olor, al tacto de
su piel, a su obsesivo oficio de ser memoria.
Su color las orienta daltònicas, naif,
expresionistas, hippies. Son palabras de luz.
Las que tienen agallas ni siquiera se presentan,
se suben a cubierta como capitanas con derecho a mar y travesìa.
El diccionario es el gran recopilador de palabras
vivas y otras que languidecen en las càmaras del desuso. Las nuevas son
aquellas que el habla popular pone a prueba cada cierto tiempo y ya venìan con
voz propia y zapatos para caminar.
Las palabras sobreviven al maltrato en el chat,
en los mensajeros y correos electrònicos, convertidas en fragmentos mutilados
de un pensamiento y escritura primaria. Simia, serìa ofender a nuestros
antepasados. La frase eslabòn perdido, tiene una connotaciòn, significado muy
explìcito, pero el verbo actualmente pareciera ser ese eslabòn que se ha
extraviado en el mundo digital.
La mochila de las palabras pesa segùn la importancia
que le otorguemos al lenguaje y de acuerdo con la sombra y luz que irradian cada dìa.
Hay palabras que se nos pegan a la lengua, oscilan entre la garganta y el paladar, pero conviven con nuestra capacidad de expresarnos. Algunas terminan siendo imprescindibles, como el bolo alimenticio, van y vienen, forman parte de la rutina, verbal y corporal.
No podemos comunciarnos sòlo con gestos, imàgenes, señales. Las palabras superan el bla bla o debieran hacerlo. Las palabras tienen cuerpo y alma, y una cadena de especificaciones màs complejas que cualquier imagen que dice valer un millòn de palabras.
Las palabras sol, mar, luna, estrella, viento, no reconocen fronteras, ni espacio, significan por lo que son independientemente de quien las nombre: existen. ¿Respiramos la palabra oxìgeno o su contenido?
Pero hay palabras que nos quitan la respiraciòn. Las palabras nos agudizan los sentidos.
Las palabras son el pasaporte de los humanos entre humanos en el mundo tal y como lo conocemos ahora.
Una boca le habla al oìdo, no al viento, al Otro, con palabras cotidianas, conocidas, que van articulàndose en frases personales, que se intensifican cuando son ìntimas, y pueden llegar a ser poesìa. Es un ejercicio diario, pero las palabras no se gastan, si son bien usadas. Las palabras son la vereda opuesta al silencio, no compiten con ese dios que se parta de sì mismo para escuchar las voces que quizàs no se oyen.
La magia puede estar en las palabras, segùn quien las diga y quien las escuche. Algunas estàn destinadas para una persona, otras son masivas, corrientes, pueden estar impresas en papel de diario, tener un impacto momentàneo y olvidarse al dìa siguiente. Son infinitas y las hay que enmudecen a quienes las oyen.
Personalmente, la palabra intemperie, que es estar al desnudo, sin protecciòn, me ha perseguido a lo largo de los años, entre la vigilia y el insomnio, en viejos amaneceres grises y soleados, donde me ha movido la vida. Una espada de Damocles, que anuncia y nis recuerda, la fragilidad de la existencia, y en algunos casos la dependencia de situaciones, circunstancias, no buscadas.
Hay palabras que se nos pegan a la lengua, oscilan entre la garganta y el paladar, pero conviven con nuestra capacidad de expresarnos. Algunas terminan siendo imprescindibles, como el bolo alimenticio, van y vienen, forman parte de la rutina, verbal y corporal.
No podemos comunciarnos sòlo con gestos, imàgenes, señales. Las palabras superan el bla bla o debieran hacerlo. Las palabras tienen cuerpo y alma, y una cadena de especificaciones màs complejas que cualquier imagen que dice valer un millòn de palabras.
Las palabras sol, mar, luna, estrella, viento, no reconocen fronteras, ni espacio, significan por lo que son independientemente de quien las nombre: existen. ¿Respiramos la palabra oxìgeno o su contenido?
Pero hay palabras que nos quitan la respiraciòn. Las palabras nos agudizan los sentidos.
Las palabras son el pasaporte de los humanos entre humanos en el mundo tal y como lo conocemos ahora.
Una boca le habla al oìdo, no al viento, al Otro, con palabras cotidianas, conocidas, que van articulàndose en frases personales, que se intensifican cuando son ìntimas, y pueden llegar a ser poesìa. Es un ejercicio diario, pero las palabras no se gastan, si son bien usadas. Las palabras son la vereda opuesta al silencio, no compiten con ese dios que se parta de sì mismo para escuchar las voces que quizàs no se oyen.
La magia puede estar en las palabras, segùn quien las diga y quien las escuche. Algunas estàn destinadas para una persona, otras son masivas, corrientes, pueden estar impresas en papel de diario, tener un impacto momentàneo y olvidarse al dìa siguiente. Son infinitas y las hay que enmudecen a quienes las oyen.
Personalmente, la palabra intemperie, que es estar al desnudo, sin protecciòn, me ha perseguido a lo largo de los años, entre la vigilia y el insomnio, en viejos amaneceres grises y soleados, donde me ha movido la vida. Una espada de Damocles, que anuncia y nis recuerda, la fragilidad de la existencia, y en algunos casos la dependencia de situaciones, circunstancias, no buscadas.
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