domingo, agosto 06, 2006

Hiroshima, sólo el campanario

El mundo está ocupado, en guerra. El mundo está en llamas. El mundo se mira en su espejo retrovisor. La historia se repite. La misma piedra. Hiroshima: 6 de agosto de 1945 y Nagasaki, 9 de agosto, ciudades japonesas convertidas en polvo radioactivo por las bombas atómicas lanzadas por la aviación norteamericana, como un recurso para poner fin a la Segunda Guerra Mundial. Murieron instantáneamente en Hiroshima 120 mil personas y otras 75 mil quedaron heridas, de una población de 450 mil habitantes. 50 mil murieron en Nagasaki y 30 mil quedaron heridos, de una población de 195 mil personas. La radiación nuclear acabó con millares de personas más en los años siguientes.
Un campanario de Hiroshima llama a recogimiento, tañe y convoca silencio, paz, es lo que ilustra nuestra nota en señal de respeto por los muertos. El poema del chileno Oscar Hahn, residente en Iowa City, es un gran poema escrito en los 60.
La interrogante del último verso de esta visión del apocalipsis, nos lleva a preguntarnos doblemente: si sobreviviremos a este ritmo devastador de la naturaleza y vida humana. Ding, dong... R.G.


Visión de Hiroshima
Oscar Hahn


Arrojó sobre la triple ciudad un proyectil único,
cargado con la potencia del universo.
Mamsala Purva(Texto sánscrito milenario)

Ojo con el ojo numeroso de la bomba

que se desata bajo el hongo vivo.
Con el fulgor del hombre no vidente, ojo y ojo.

Los ancianos huían decapitados por el fuego,
encallaban los ángeles en cuernos sulfúricos
decapitados por el fuego,
se varaban las vírgenes de aureola radioactiva
decapitadas por el fuego.
Todos los niños emigraban decapitados por el cielo.
No el ojo manco, no la piel tullida, no sangre
sobre la calle derretida vimos:
los amantes sorprendidos en la cópula,
petrificados por el magnesium del infierno,
los amantes inmóviles en la vía pública,
y la mujer de Lot
convertida en columna de uranio.
El hospital caliente se va por los desagües,
se va por las letrinas tu corazón helado,
se van a gatas por debajo de las camas,
se van a gatas verdes e incendiadas
que maúllan cenizas.
La vibración de las aguas hace blanquear al cuervo
y ya que no puedes olvidar esa piel adherida a los muros
porque derrumbamiento beberás, leche en escombros.
Vimos cúpulas fosforecer, los ríos
anaranjados pastar, los puentes preñados
parir en medio del silencio.
El color estridente desgarraba
el corazón de sus propios objetos:
el rojo sangre, el rosado leucemia,
el lacre llaga, enloquecidos por la fisión.
El aceite nos arrancaba los dedos de los pies,
las sillas golpeaban las ventanas
flotando en marejadas de ojos,
los edificios licuados se veían chorrear
por troncos de árboles sin cabeza,
y entre las vías lácteas y las cáscaras,
soles o cerdos luminosos
chapotear en las charcas celestes.

Por los peldaños radioactivos suben los pasos,
suben los peces quebrados por el aire fúnebre.
¿Y qué haremos con tanta ceniza?

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