Un hombre entra a un bufete de abogados. En la calle llueve. No hay nada nuevo bajo el sol, al parecer desde el amanecer de ese dìa. Los primero que lee al entrar, es un cartelito: Sea Vrebe. Tres vocales dos consonantes, menos se dijo. No le dio importancia, pero se dio media vuelta intimidado por lo que podrìa decirle la recepcionista, que chateaba escandalosamente con los dos pulgares, como si empujara una puja por las pujantes calles de Wall Street. Se veìa poseìda con esa sonrisa de satisfacciòn por el poder virtual. Era ella en el minuto de su historia y no sabemos que otras sensaciones emanaban por su erizada piel. Hipnosis, pura hipnosis, no vio al hombre. En la calle seguìa lloviendo y los automòviles con sus luces bajas y ventanas cerradas, olièndose los conductores asimismo. Humedad, humedad. Los papeles, los papeles, por esas noches el hombre deliraba. Las aves migran sin papeles, solo necesitan sus alas, ningùn verano se le niega a la màs simple de las golondrinas. No tienen fronteras ni muros ni abusadores funcionarios o coyotes que le roban las alas migratorias a los propios cuervos.
Esto no es Manhattan ni París de los 50, ni Shangai del siglo XXI, se dijo el hombre, mientras se calzaba la ciudad a la medida de las circunstancias y se desplazaba con la curiosidad de lo insondable, aquello que no tiene medida, una realidad no se parece a otra, ni se copia. El paisaje se tomaba sus licencias y la ciudad vivía su presente sin memoria. Dubai se apresura a ser nueva,( ¿a ser futuro permanente? ), crear islas sobre el desierto, convertirse en un terrón de azucar para el jet set, asomarse a una de las páginas de Las mil y una noches. No todo parece perdido, sino extraviado, puesto de una manera en algún otro lugar. La ciudad es isla, lago, mar, desierto, altura, lujo, làmparas que son làgrimas de felicidad. ¿Todo espacio es ciudad? ¿Se conversaba màs en la Edad Media? El hombre se interroga como un niño cuando crece.
El otoño climàtico, lo produce el aire acondicionado. La luna comenzaba a aparecer como una mancha blanca, ni redonda, ni nada que la hiciera diferente. Solo reflejos. Recordò que en la mañana temprano, al entrar a un servicio de correos se habìa fijado en un aviso diseñado meticulosamente, con cierto tinte infantil, letras redondas, repasadas para un mejor entendimiento pùblico. Un estilo con algo de maquillaje verbal: SI es Breve, dos Beses vueno. Se detuvo para examinar esa escritura, manejo del idioma tan particular y no encontrò nada especial, solo un perfeccionamiento del molde de la mano sobre la filosofìa del mensaje. Despuès fue màs exigente y examinò la conclusiòn. Nadie chateaba, los empleados carecìan de computadoras, de cualquier aparato electrònico o tècnico, deambulaban como sellos fantasmales, eran unas encomiendas por salir a sus casas a las cuatro de la tarde. El tràfico vehicular les reventarìa la paciencia y las ùltimas energìas. Al llegar a sus casas, cocinarìan algùn arroz casi de memoria, esbozarìan ciertas palabras balbuceantes comiendo frente a la TV encendida y mañana volverìan a salir en la madrugada, estrujados al alba, con la boca seca. La sàbana blanca de un amanecer sonàmbulo, ajustada como un buzo deportivo. El momento gris, hùmedo, escurridizo del vecindario, un paisaje ya asimilado que pasa desapercibido. No se suda en vano, ni de noche ni de día. Unas cuantas calles oscuras, sin aceras, caminos hechizos, herbazales asimètricos, curvas suspendidas como un arcoiris nocturno, calles que un loco trazò los lugares cuando el disparate era un gesto social aceptado y gozaba de reconocimiento pùblico.
A la entrada de una barriada un gran letrero anuncia: NO se Benden propiedades, se alkilan. Lo correcto serìa, No se venden, por piedad. La gente aprende, interpreta y reproduce. Es la manera màs perfecta de equivocarse o de repetir un error. ¿Pero quièn es perfecto? No todos somos iguales. Herrar es umano. Un caballo herrado ya no es el mismo, camina de otra manera y tal vez piensa distinto del herrero. Quien a hierro mata, debe usar dos h, si no quiere errar en su objetivo.
Esto no es Manhattan ni París de los 50, ni Shangai del siglo XXI, se dijo el hombre, mientras se calzaba la ciudad a la medida de las circunstancias y se desplazaba con la curiosidad de lo insondable, aquello que no tiene medida, una realidad no se parece a otra, ni se copia. El paisaje se tomaba sus licencias y la ciudad vivía su presente sin memoria. Dubai se apresura a ser nueva,( ¿a ser futuro permanente? ), crear islas sobre el desierto, convertirse en un terrón de azucar para el jet set, asomarse a una de las páginas de Las mil y una noches. No todo parece perdido, sino extraviado, puesto de una manera en algún otro lugar. La ciudad es isla, lago, mar, desierto, altura, lujo, làmparas que son làgrimas de felicidad. ¿Todo espacio es ciudad? ¿Se conversaba màs en la Edad Media? El hombre se interroga como un niño cuando crece.
- Una huella como los elefantes
A la entrada de una barriada un gran letrero anuncia: NO se Benden propiedades, se alkilan. Lo correcto serìa, No se venden, por piedad. La gente aprende, interpreta y reproduce. Es la manera màs perfecta de equivocarse o de repetir un error. ¿Pero quièn es perfecto? No todos somos iguales. Herrar es umano. Un caballo herrado ya no es el mismo, camina de otra manera y tal vez piensa distinto del herrero. Quien a hierro mata, debe usar dos h, si no quiere errar en su objetivo.
Los automòviles estaban como arreados por un pastor de mansas, inmòviles ovejas. Era un oficio innecesario. Los vehìculos seguìan una huella como los elefantes al cementerio, lenta e inexorablemente. El pastor pedìa a gritos ofrendas, hay que dar, donar para salvarse. La voz salìa a las calles y las manos estaban alzadas. ¿Alguien caìda de espaldas por la fuerza de la gravedad? Las llamas estàn ahì, la ciudad carece de bomberos y extinguidores. Quise transformarme en fakir y subirme a una cama de clavos y leer en voz alta el Kamasutra.
El dìa que el hombre entrò a una Notarìa, y le recibiò una mujer muy graciosa parada en sus pestañas, hablando por celular, le indicò con el dedo la pared, y lo puso a leer castigado como frente a un pizarròn, mientras ella ejercitaba su vocabulario por el telèfono. Lo leyò atentamente y decìa: Pience dos veces, si no quiere olbidar. Le dieron ganas de corregirlo, pero no por las faltas de burrologìa, sino por el contenido direccional. Piense dos veces al entrar aquì, parecìa màs correcto. ¿El hombre tenía una rara obsesión por notariar papeles o su existencia? Si alguien me ayuda a encontrar alguna lógica a esta manía, soy todo oído. Daba la impresión que su expediente que le reconocía como residente del algún lugar vacilaba de mano en mano, al toque de una orquesta que perdía una y otra vez los instrumentos y el compàs de espera se apoderaba de toda la atmòsfera. El sabor de lo inconcluso, reclamaba al director de la banda reiniciar y ordenaba nuevos instrumentos y partituras. Sellos, nuevos sellos, la huella fugaz de la legalidad. El hombre entra al salòn del eslabòn perdido, una sucursal del Triàngulo de las Bermudas, es decir, Limbo City.
Uno de los màs divertidos, actuales, avisos con sentido de autèntica responsabilidad, modernismo, gracia y sentido de mercado, es el que el hombre leyò en una Peluquerìa, un lugar tan personal, cotidiano, amistoso, chismoso, relajante y necesario. Si se va a cortar el cabello, no shatee. Las tijeras por màs afiladas y que sean manejadas por manos certeras, requiren de una paz, casi espiritual, el cliente va perdiendo pràcticamente la cabeza, su parte externa, un rostro retoma una nueva mirada. El oficio de la belleza requiere de concentraciòn, el plus de la santidad del mismo oficio. Serìa una excentricidad chatear cuando te ponen el shampoo y dejan la cabeza en un vacìo ante un labatorio de mano anònimo. Absurdo, quizàs. Pero hoy nada se le escapa a la teconologìa con tal de vender y mantenerte entretenido. El peluquero pasa a ser como un individuo del siglo XVIII, con su guardapolvo blanco, instrumentos tan sencillos, mirada neutra y concentraciòn sobre una cabeza ajena. El cabello cae silencioso y las tijeras se mueven casi en una misma direcciòn cada vez que inician un corte. Parecen pertenecerles a la mano de los peluqueros y al viento que las sostiene cuando el cabello toca lentamente el piso.
¿Se entra y se sale con las mismas ideas de una peluquerìa? Depende del corte y del humor del peluquero. El cabello va y viene como el dinero, pero a veces se pierde definitivamente. ¿La suerte es calva? Un acto algo metafísico, siento que no estoy en ningún lugar y será otro el que salga por la misma puerta de entrada. Después de todo somos el espejo de nuestra propia realidad.
El hombre entra a una central telefónica. Todos hablan al mismo tiempo. Es un lugar para hablar a corta o larga distancia por un teléfono en una cabina. Es màs bien algo impersonal. Sòlo se escucha la voz al otro lado del mundo que a veces se pierde como un hilillo de agua por una cañerìa. A este hombre le sucediò tantas veces sentir gota a gota como se amplificaba el silencio. El eco de una gota que nadie sabe hacia donde la conducirà el tubo inalàmbrico. El ojo es mudo, el oìdo es sordo, la lengua està pegada al paladar. Hablar con un mudo, es horriblemente silencioso, traumàtico, gutural. Siempre hay un mensaje, queda pensado, una advertencia, un servicio, un cartel, anuncio, la losa helada de la palabra.
Atendemos todo tipo de pùblico, y privados, tambièn. Estaba bien escrita la frase, aparentemente la informaciòn, pero al hombre le llamò profundamente la atenciòn. La notaba como una sinfonìa inconclusa. Lo pùblico y privado, casi un desorden hormonal, que gusta tanto a nuestras repùblicas confundidas en haciendas personales, amicales, familiares, con extensiòn hacia cualquier lugar donde la impunidad juega una partida de naipes. Dados, dados, piden los gamonales. Todo a la suerte del patròn. La mesa vibra al rodar de los nùmeros ganadores. El hombre piensa en el azar de Limbo city, es el oxìgeno nacional. ¿Se abre la puerta del futuro, para vivir el presente? El juego juega al póker la vida, los casinos huelen a aire refrigerado, comida, frituras, a la tristeza de los perdedores, al goce de las putas, a piel de estrés y allí, en las maquinitas reina la ley de las probabilidades, la mezquindad perversa del azar calculado por la mano del hombre. Se pierde casi todo, casi siempre.
Un viaje a la Luna es màs expedito. Al hombre le robaron el tiempo, lo pusieron a dar vueltas por la ciudad, y todos los dìas habla del mismo tema en una esquina circular donde solo se escucha su voz como si un parlante se la volviera a repetir mañana a la misma hora. Nunca habìa tenido una oportunidad màs grande, ùnica, excepcional, para chatear hasta el infinito mientras hace fila en su automòvil. Ahì, detenido en neutro, sin ninguna esperanza, abandonado a su mezquino y circular destino ¿Què dirà, se preguntaràn? Ya voy llegando a casa, dice. Falso, piensa. No podrè pasar, cierto, estoy atascado, efectivamente, al de adelante le sucede lo mismo, sin duda, mañana volveremos a formar parte del mismo flujo vehicular que tiene un motor y ruedas para rodar por gusto, efectivamente. Y aparece alguien con un cartelito infaltable: Tranzito seguro, si no va por aquì....màs allà el hombre de a piè lee: Taxista, travajo por nesecidad, soy necio. Otro : ¿Para dònde Ba?, Yo, para mi casa, que la lleve el Biento. Esta parada sigue Sintaxis.
La ciudad està sin Taxis, hay un desgobierno vehicular, de espacios que estaban allì y ya no se encuentran, es como si las palabras no se pudieran organizar en una frase. La sintaxis no es un servicio, ni una necesidad. En el mundo del chateo todo es posible, abreviado, dicho porque hay que decirlo como sea, de manera cool. Los dos pulgares disfrutan la piel de la imagen. Soban las letras con ambas huellas digitales, los dedos para votar en alguna elecciòn, y ya no estàn allì y en ninguna parte. El aparatito les robò la piel y el alma. El que piense y le guste la gramàtica, que estudie para diccionario. Alguien pasa con un cartelito: Los Tazis vrillan por su ausencia. Al menos, los lavaron, y nos dan la oportunidad de imaginarlos, saber que estàn seguros en su casa, en algùn sitio, detenidos, sin que nadie les exija desgaste alguno. A rodar, sì, pero los pasajeros. ¿Para dònde va?, pregunta el taxista, una interrogante casi filosófica. Sòlo falta el de dònde viene. Ni imaginarse hacia dònde va, un misterio de Agatha Christie, por algo conduce un vehìculo amarillo, que rueda como un dado francès o chino en una mesa donde triunfa una esquiva fantasìa. ¿No hay conductor, solo una pieza china que encaja con otra y asì 6 mil años de civilizaciòn ininterrumpida? Quizàs ya no usan gasolina o diesel, con estos precios, y los mueva la indiferencia, el desdèn, un desprecio olìmpico, viven quizàs el foto finisch como una vanidad y ego de un èxito que no llega. No hay recta sin curva, se pasea un informal, con un cartel le saca la lengua a los choferes.
No hay acuerdo, no van para el mismo lugar. ¿Nunca sabremos hacia dònde vamos? El pasajero y el chofer no esperan al mismo Godot. Què misterio el de estas calles. Hay Zeñales que resisten la lògica y se mantienen kafkianas, bajo el sol o la lluvia, abren como flechas de senderos que se bifurcan y se reùnen a esperar que otras flechas vayan evacuando los vehìculos y que otras Zeñales fluyan como ellas quisieran: inocentes, pràcticas, (inu) útilmente distraìdas. Una señal no es más que eso, un dato en el camino, una pista. Un mojòn por donde pasar guiado y dar continuidad a una ruta màs o menos como para no perderse en un museo. Aquì, en un curva o giro obligatorio, hombres trabajando a 100, cincuenta, 25 metros, sobre la narìz del parabrisas se detiene el tiempo. ¿Estamos en one way?, se pregunta el hombre. Un antiguo letrero colonial evaporado por el tiempo. Qué paisaje, exclama, la modernidad es un sueño de nunca acabar, como una interminable autopista que va y viene en ambas direcciones y todo vuelve a repetirse, porque asì son los caminos que no son circulares del todo.
El Principito no entendìa la forma de pensar y actuar de los adultos. Todo espejo tiene mùltiples miradas y cada encuentro que tiene con la vida, queda demostrado de cuan absurdas son algunas personas. Hay personas mayores que hoy no entienden como piensan los jòvenes, porque no piensan, piensa el hombre. No todos, desde luego, afortunadamente, porque si no el mundo serìa el paraìso de los idiotas. El hombre tenìa entre sus capìtulos favoritos, el XXI, cuando El Principito se encuentra con el zorro y le enseña a ser ùnico en el mundo, uno para el otro. Domestìcame, ,e insistìa el zorro al Principito: Sólo se conocen bien las cosas que se domestican. Los hombres compran todo hecho en las tiendas. Y como no hay tiendas donde vendan los amigos, los hombres ya no tienen amigos. El zorro le dice como puede domesticarlo, y no es màs que un acto finalmente de confianza mutua. La amistad como un rito, nos recuerda el zorro, debes venir a una hora para preparar mi corazòn,. El zorro le dio finalmente un secreto inolvidable: sòlo con el corazòn se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos. El zorro le recordò al Principito què hacìa esencial a la rosa que el amaba, y no era màs que el tiempo que tù has perdido con ella.
¿Por què se va tan de prisa, si con la rueda bastaba antes? Es cierto, una rueda no rueda ni escala, aparentemente la atmòsfera hacia la conquista del espacio. Pero es un principio.Y todo lo que es un principio, me reafirma.
El hombre sigue caminando, siempre en sus dos pies, todo a sus pasos, es lo que ve y va dejando de ver, una luz cenicienta del atardecer, vaho, la atmòsfera que el mar retiene y expulsa lentamente. ¿La ciudad sabe de sì misma que està herida, mutilada, desorientada? El hombre va caminando sin h, se le desprende una hombrera, le estorba el cuello, el cuerpo, la cabeza flota y las piernas siguen caminando. Hacia algùn lugar llegarà a descansar y el cuerpo se irà armando frente al mar, lo màs probable cuando baje la marea. No està solo, ni acompañado, està de cuerpo presente, es lo que tiene y carga para la ocasiòn. La ciudad tambièn lo ve pasar. Alguien lleva un sombrero, un niño con un globo, una pareja va discutiendo, el hombre se rìe como cuando se escondìa debajo de la cama como si nadie lo fuera a encontrar, con la luz apagada y el interruptor a la entrada del cuarto. Pasa la trivialidad del brazo oronda en su minuto de fama. El hombre continùa alrededor de una pista aèrea construida sobre el brazo de un rìo secado por el cemento, siente la brisa de los aviones que se elevan o aterrizan al pasar sobre una hilera de carros que van en fila india como en una pista fija. Todo es cemento, pero alrededor el verde recuerda como era antes la tierra. El hombre mira y mira, no quiere olvidar su futuro, su memoria le puede fallar, pero no el horizonte. Màs lejos, màs lejos, un volantìn es como si volara una estrella y volviera a la mano de un niño. Un hilo puede hacernos viajar y conducirnos tambièn a la oscuridad.
La ciudad es inoportuna al ojo que la escudriña, se siente espiada, si tal le rompieran sus vitrinas al alba, o el viento cálido que se cuela por algùn lado y distrae al ojo que parpadea para despejar lluvias o lágrimas, cortinas de humo en buenas cuentas, y termina sin verse lo que cree que se ve, porque el espacio no es estàtico y el hombre camina, recurre a poner en foco lo que la realidad del momento descubre. El hombre ha salido del cine donde vio cine, una pareja por fin feliz y deja el mall de vidrios secos, estructuras para no pertenecer a nada, camina sobre las baldosas y hace el mismo recorrido a la inversa de como ingresò y ahora sale, y sucumbe a la magia de un globo color naranja que le sale al camino y en el ve la mano de un niño, sus ojos desesperados, la perdida de su placer. Lo sube al auto, lo sienta al lado y se pasea por la ciudad. Se eleva y vuelve al asiento. El hombre considera su comportamiento intachable, silencioso, volatil, llamativo, un copiloto ideal. El globo se bajarà con el , ingresarà a su cuarto y permanecerà allì como una gran naranja, fruto del dìa.
En una tienda el hombre pasa lentamente y se detiene: LLa lo atenderemos, despuès de los demàs. Un anuncio que llena de verdadero optimismo. No hay falta de ortografìa en la espera. El hombre se fija en el cajòn de ropa de un dòlar, el baratillo perfecto para la mujer. Ropa de 30 posturas y despuès a la basura. Si resiste màs tiempo, la adquisiciòn fue perfecta, un acierto del mercado. El contenedor no tiene la culpa de lo que contiene. En su interior un misterio, cara o cruz. Los inspectores de aduana los ven subir y bajar en los puertos, los olfatean, acarician, dudan, hasta que entran en su interior para saber si el rectàngulo naranja va preñado con alguna mercancìa. Gajes de este siglo, donde todo es mercancìa y mercado. Oferta y demanda, sube y baja, Corrientes, 348, segundo piso, ascensor, no hay portero ni vecino...
El hombre avanza por las aceras sin tiempo, improvisa pasos donde no hay respaldo fìsico, casi perdido, confiado en sus dos pies y un paraguita de cine mudo. El tiempo està cambiando. Los tiempos siempre cambian, no solo en las estaciones, sino en el verdadero que corresponde a cada època. Cerros de basura, hoyos profundos que podrìan dar al centro de la tierra o volar hacia los agujeros negros, vehìculos sobre las aceras como si estuvieran en venta, arriba de las isletas, acampando bajo los àrboles que dividen las vìas vehiculares, automòviles que transforman en un paño una vìa, carros que no dejan de pasar una y otra vez por el mismo lugar durante el día, sus choferes adolescentes ven las calles, observan los semàforos, la lluvia, el sol, todo lo que pasa, los lugares inmóviles, giran, suben los parlantes en sus asientos refrigerados y ya no están en la tierra. Otros se estacionan frente a las iglesias, -no van por ninguna indulgencia- universidades, hospitales, aùn no se ha detenido, el hombre, alrededor de los cementerios o donde creman la basura. ¿Serìan choferes gallotes con sus smoking brillantes alquilados? Si les pusieran alas, no verìamos el sol. Algùn día lo haràn. ¿Ya no habrà petròleo? ¿Ya no habrà agua? ¿Ya el desierto no querrà ser desierto? ¿Ya no habrà nada? ¿Ya no habrà tiempo? Nos sentaremos con un gran tablero de ajedrez en una ciudad vacìa a mover las piezas. ¿Reescribiremos la historia con la pluma de la pobre ave que fuimos sobre la tumba de la última arena movediza que aùn respira y nos espera? Oye Flaco, Flaca, bajen, les tengo un cuarto con el gusano de mayordomo de un verde impecable. Mejor me voy a escribir un poema.
Epìlogo
¿El epílogo, es comenzar de nuevo.....?
El hombre hizo un último viaje por la ciudad, los rascacielos como moáis tallados al acero, cemento y vidrio, un sol vago y el cielo vaporoso devolvìa las nubes y el agua esencial, la profundidad de una mirada perdida sobre un mar inmutable. Todo cambia y sigue su curso, el viejo Heràclito con sus botas nuevas cruzando el rìo. Yo no me pierdo este espectàculo, el hombre sigue el curso de los pies en la avenida, a su espalda van pasando los rascacielos como elefantes de cristal inmóviles, somnolientos. Nadie en un balcòn, nadie en las aceras, nadie en el mar. ¿Nadie, dònde estàn todos? Pasa una bandada de pájaros que busca un refugio, el paisaje es un ejercicio natural, despega, se desprende de la tierra, otro movimiento, colores, azufre, vapores y smog a ras de calle. Galpones oxidados contra el mar, viejos muelles, estuvo otro tiempo aquí, anteriormente uno más antiguo. La ciudad repite un tiempo nuevo, el hombre el hombre es memoria, el presente sucede y es memoria.
Moby Dick regresa
Esta es mi vìa cruxis,
me apego al cemento,
vamos bufando con la manada,
carburando mal,
oliendo la bosta por las alcantarillas
Somos la porfiada Moby Dick,
varados en la blanca espuma
de un mar gelatinoso,
azotando el cuerpo sumergido
respirando con el arpòn en el espinazo,
brota sangre, furia blanca,
la fe no muere marinero,
soy una simple ballena
¿No dices que todo lo destruyo
sin vencer?
- El salòn del eslabón perdido
El dìa que el hombre entrò a una Notarìa, y le recibiò una mujer muy graciosa parada en sus pestañas, hablando por celular, le indicò con el dedo la pared, y lo puso a leer castigado como frente a un pizarròn, mientras ella ejercitaba su vocabulario por el telèfono. Lo leyò atentamente y decìa: Pience dos veces, si no quiere olbidar. Le dieron ganas de corregirlo, pero no por las faltas de burrologìa, sino por el contenido direccional. Piense dos veces al entrar aquì, parecìa màs correcto. ¿El hombre tenía una rara obsesión por notariar papeles o su existencia? Si alguien me ayuda a encontrar alguna lógica a esta manía, soy todo oído. Daba la impresión que su expediente que le reconocía como residente del algún lugar vacilaba de mano en mano, al toque de una orquesta que perdía una y otra vez los instrumentos y el compàs de espera se apoderaba de toda la atmòsfera. El sabor de lo inconcluso, reclamaba al director de la banda reiniciar y ordenaba nuevos instrumentos y partituras. Sellos, nuevos sellos, la huella fugaz de la legalidad. El hombre entra al salòn del eslabòn perdido, una sucursal del Triàngulo de las Bermudas, es decir, Limbo City.
Uno de los màs divertidos, actuales, avisos con sentido de autèntica responsabilidad, modernismo, gracia y sentido de mercado, es el que el hombre leyò en una Peluquerìa, un lugar tan personal, cotidiano, amistoso, chismoso, relajante y necesario. Si se va a cortar el cabello, no shatee. Las tijeras por màs afiladas y que sean manejadas por manos certeras, requiren de una paz, casi espiritual, el cliente va perdiendo pràcticamente la cabeza, su parte externa, un rostro retoma una nueva mirada. El oficio de la belleza requiere de concentraciòn, el plus de la santidad del mismo oficio. Serìa una excentricidad chatear cuando te ponen el shampoo y dejan la cabeza en un vacìo ante un labatorio de mano anònimo. Absurdo, quizàs. Pero hoy nada se le escapa a la teconologìa con tal de vender y mantenerte entretenido. El peluquero pasa a ser como un individuo del siglo XVIII, con su guardapolvo blanco, instrumentos tan sencillos, mirada neutra y concentraciòn sobre una cabeza ajena. El cabello cae silencioso y las tijeras se mueven casi en una misma direcciòn cada vez que inician un corte. Parecen pertenecerles a la mano de los peluqueros y al viento que las sostiene cuando el cabello toca lentamente el piso.
¿Se entra y se sale con las mismas ideas de una peluquerìa? Depende del corte y del humor del peluquero. El cabello va y viene como el dinero, pero a veces se pierde definitivamente. ¿La suerte es calva? Un acto algo metafísico, siento que no estoy en ningún lugar y será otro el que salga por la misma puerta de entrada. Después de todo somos el espejo de nuestra propia realidad.
El hombre entra a una central telefónica. Todos hablan al mismo tiempo. Es un lugar para hablar a corta o larga distancia por un teléfono en una cabina. Es màs bien algo impersonal. Sòlo se escucha la voz al otro lado del mundo que a veces se pierde como un hilillo de agua por una cañerìa. A este hombre le sucediò tantas veces sentir gota a gota como se amplificaba el silencio. El eco de una gota que nadie sabe hacia donde la conducirà el tubo inalàmbrico. El ojo es mudo, el oìdo es sordo, la lengua està pegada al paladar. Hablar con un mudo, es horriblemente silencioso, traumàtico, gutural. Siempre hay un mensaje, queda pensado, una advertencia, un servicio, un cartel, anuncio, la losa helada de la palabra.
- ¿El azar como frituras?
Atendemos todo tipo de pùblico, y privados, tambièn. Estaba bien escrita la frase, aparentemente la informaciòn, pero al hombre le llamò profundamente la atenciòn. La notaba como una sinfonìa inconclusa. Lo pùblico y privado, casi un desorden hormonal, que gusta tanto a nuestras repùblicas confundidas en haciendas personales, amicales, familiares, con extensiòn hacia cualquier lugar donde la impunidad juega una partida de naipes. Dados, dados, piden los gamonales. Todo a la suerte del patròn. La mesa vibra al rodar de los nùmeros ganadores. El hombre piensa en el azar de Limbo city, es el oxìgeno nacional. ¿Se abre la puerta del futuro, para vivir el presente? El juego juega al póker la vida, los casinos huelen a aire refrigerado, comida, frituras, a la tristeza de los perdedores, al goce de las putas, a piel de estrés y allí, en las maquinitas reina la ley de las probabilidades, la mezquindad perversa del azar calculado por la mano del hombre. Se pierde casi todo, casi siempre.
- La sintaxis de la ciudad
Un viaje a la Luna es màs expedito. Al hombre le robaron el tiempo, lo pusieron a dar vueltas por la ciudad, y todos los dìas habla del mismo tema en una esquina circular donde solo se escucha su voz como si un parlante se la volviera a repetir mañana a la misma hora. Nunca habìa tenido una oportunidad màs grande, ùnica, excepcional, para chatear hasta el infinito mientras hace fila en su automòvil. Ahì, detenido en neutro, sin ninguna esperanza, abandonado a su mezquino y circular destino ¿Què dirà, se preguntaràn? Ya voy llegando a casa, dice. Falso, piensa. No podrè pasar, cierto, estoy atascado, efectivamente, al de adelante le sucede lo mismo, sin duda, mañana volveremos a formar parte del mismo flujo vehicular que tiene un motor y ruedas para rodar por gusto, efectivamente. Y aparece alguien con un cartelito infaltable: Tranzito seguro, si no va por aquì....màs allà el hombre de a piè lee: Taxista, travajo por nesecidad, soy necio. Otro : ¿Para dònde Ba?, Yo, para mi casa, que la lleve el Biento. Esta parada sigue Sintaxis.
La ciudad està sin Taxis, hay un desgobierno vehicular, de espacios que estaban allì y ya no se encuentran, es como si las palabras no se pudieran organizar en una frase. La sintaxis no es un servicio, ni una necesidad. En el mundo del chateo todo es posible, abreviado, dicho porque hay que decirlo como sea, de manera cool. Los dos pulgares disfrutan la piel de la imagen. Soban las letras con ambas huellas digitales, los dedos para votar en alguna elecciòn, y ya no estàn allì y en ninguna parte. El aparatito les robò la piel y el alma. El que piense y le guste la gramàtica, que estudie para diccionario. Alguien pasa con un cartelito: Los Tazis vrillan por su ausencia. Al menos, los lavaron, y nos dan la oportunidad de imaginarlos, saber que estàn seguros en su casa, en algùn sitio, detenidos, sin que nadie les exija desgaste alguno. A rodar, sì, pero los pasajeros. ¿Para dònde va?, pregunta el taxista, una interrogante casi filosófica. Sòlo falta el de dònde viene. Ni imaginarse hacia dònde va, un misterio de Agatha Christie, por algo conduce un vehìculo amarillo, que rueda como un dado francès o chino en una mesa donde triunfa una esquiva fantasìa. ¿No hay conductor, solo una pieza china que encaja con otra y asì 6 mil años de civilizaciòn ininterrumpida? Quizàs ya no usan gasolina o diesel, con estos precios, y los mueva la indiferencia, el desdèn, un desprecio olìmpico, viven quizàs el foto finisch como una vanidad y ego de un èxito que no llega. No hay recta sin curva, se pasea un informal, con un cartel le saca la lengua a los choferes.
No hay acuerdo, no van para el mismo lugar. ¿Nunca sabremos hacia dònde vamos? El pasajero y el chofer no esperan al mismo Godot. Què misterio el de estas calles. Hay Zeñales que resisten la lògica y se mantienen kafkianas, bajo el sol o la lluvia, abren como flechas de senderos que se bifurcan y se reùnen a esperar que otras flechas vayan evacuando los vehìculos y que otras Zeñales fluyan como ellas quisieran: inocentes, pràcticas, (inu) útilmente distraìdas. Una señal no es más que eso, un dato en el camino, una pista. Un mojòn por donde pasar guiado y dar continuidad a una ruta màs o menos como para no perderse en un museo. Aquì, en un curva o giro obligatorio, hombres trabajando a 100, cincuenta, 25 metros, sobre la narìz del parabrisas se detiene el tiempo. ¿Estamos en one way?, se pregunta el hombre. Un antiguo letrero colonial evaporado por el tiempo. Qué paisaje, exclama, la modernidad es un sueño de nunca acabar, como una interminable autopista que va y viene en ambas direcciones y todo vuelve a repetirse, porque asì son los caminos que no son circulares del todo.
- La amistad del zorro
El Principito no entendìa la forma de pensar y actuar de los adultos. Todo espejo tiene mùltiples miradas y cada encuentro que tiene con la vida, queda demostrado de cuan absurdas son algunas personas. Hay personas mayores que hoy no entienden como piensan los jòvenes, porque no piensan, piensa el hombre. No todos, desde luego, afortunadamente, porque si no el mundo serìa el paraìso de los idiotas. El hombre tenìa entre sus capìtulos favoritos, el XXI, cuando El Principito se encuentra con el zorro y le enseña a ser ùnico en el mundo, uno para el otro. Domestìcame, ,e insistìa el zorro al Principito: Sólo se conocen bien las cosas que se domestican. Los hombres compran todo hecho en las tiendas. Y como no hay tiendas donde vendan los amigos, los hombres ya no tienen amigos. El zorro le dice como puede domesticarlo, y no es màs que un acto finalmente de confianza mutua. La amistad como un rito, nos recuerda el zorro, debes venir a una hora para preparar mi corazòn,. El zorro le dio finalmente un secreto inolvidable: sòlo con el corazòn se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos. El zorro le recordò al Principito què hacìa esencial a la rosa que el amaba, y no era màs que el tiempo que tù has perdido con ella.
- Como si volara una estrella
¿Por què se va tan de prisa, si con la rueda bastaba antes? Es cierto, una rueda no rueda ni escala, aparentemente la atmòsfera hacia la conquista del espacio. Pero es un principio.Y todo lo que es un principio, me reafirma.
El hombre sigue caminando, siempre en sus dos pies, todo a sus pasos, es lo que ve y va dejando de ver, una luz cenicienta del atardecer, vaho, la atmòsfera que el mar retiene y expulsa lentamente. ¿La ciudad sabe de sì misma que està herida, mutilada, desorientada? El hombre va caminando sin h, se le desprende una hombrera, le estorba el cuello, el cuerpo, la cabeza flota y las piernas siguen caminando. Hacia algùn lugar llegarà a descansar y el cuerpo se irà armando frente al mar, lo màs probable cuando baje la marea. No està solo, ni acompañado, està de cuerpo presente, es lo que tiene y carga para la ocasiòn. La ciudad tambièn lo ve pasar. Alguien lleva un sombrero, un niño con un globo, una pareja va discutiendo, el hombre se rìe como cuando se escondìa debajo de la cama como si nadie lo fuera a encontrar, con la luz apagada y el interruptor a la entrada del cuarto. Pasa la trivialidad del brazo oronda en su minuto de fama. El hombre continùa alrededor de una pista aèrea construida sobre el brazo de un rìo secado por el cemento, siente la brisa de los aviones que se elevan o aterrizan al pasar sobre una hilera de carros que van en fila india como en una pista fija. Todo es cemento, pero alrededor el verde recuerda como era antes la tierra. El hombre mira y mira, no quiere olvidar su futuro, su memoria le puede fallar, pero no el horizonte. Màs lejos, màs lejos, un volantìn es como si volara una estrella y volviera a la mano de un niño. Un hilo puede hacernos viajar y conducirnos tambièn a la oscuridad.
- El globo naranja
La ciudad es inoportuna al ojo que la escudriña, se siente espiada, si tal le rompieran sus vitrinas al alba, o el viento cálido que se cuela por algùn lado y distrae al ojo que parpadea para despejar lluvias o lágrimas, cortinas de humo en buenas cuentas, y termina sin verse lo que cree que se ve, porque el espacio no es estàtico y el hombre camina, recurre a poner en foco lo que la realidad del momento descubre. El hombre ha salido del cine donde vio cine, una pareja por fin feliz y deja el mall de vidrios secos, estructuras para no pertenecer a nada, camina sobre las baldosas y hace el mismo recorrido a la inversa de como ingresò y ahora sale, y sucumbe a la magia de un globo color naranja que le sale al camino y en el ve la mano de un niño, sus ojos desesperados, la perdida de su placer. Lo sube al auto, lo sienta al lado y se pasea por la ciudad. Se eleva y vuelve al asiento. El hombre considera su comportamiento intachable, silencioso, volatil, llamativo, un copiloto ideal. El globo se bajarà con el , ingresarà a su cuarto y permanecerà allì como una gran naranja, fruto del dìa.
En una tienda el hombre pasa lentamente y se detiene: LLa lo atenderemos, despuès de los demàs. Un anuncio que llena de verdadero optimismo. No hay falta de ortografìa en la espera. El hombre se fija en el cajòn de ropa de un dòlar, el baratillo perfecto para la mujer. Ropa de 30 posturas y despuès a la basura. Si resiste màs tiempo, la adquisiciòn fue perfecta, un acierto del mercado. El contenedor no tiene la culpa de lo que contiene. En su interior un misterio, cara o cruz. Los inspectores de aduana los ven subir y bajar en los puertos, los olfatean, acarician, dudan, hasta que entran en su interior para saber si el rectàngulo naranja va preñado con alguna mercancìa. Gajes de este siglo, donde todo es mercancìa y mercado. Oferta y demanda, sube y baja, Corrientes, 348, segundo piso, ascensor, no hay portero ni vecino...
- Mejor me voy a escribir un poema
El hombre avanza por las aceras sin tiempo, improvisa pasos donde no hay respaldo fìsico, casi perdido, confiado en sus dos pies y un paraguita de cine mudo. El tiempo està cambiando. Los tiempos siempre cambian, no solo en las estaciones, sino en el verdadero que corresponde a cada època. Cerros de basura, hoyos profundos que podrìan dar al centro de la tierra o volar hacia los agujeros negros, vehìculos sobre las aceras como si estuvieran en venta, arriba de las isletas, acampando bajo los àrboles que dividen las vìas vehiculares, automòviles que transforman en un paño una vìa, carros que no dejan de pasar una y otra vez por el mismo lugar durante el día, sus choferes adolescentes ven las calles, observan los semàforos, la lluvia, el sol, todo lo que pasa, los lugares inmóviles, giran, suben los parlantes en sus asientos refrigerados y ya no están en la tierra. Otros se estacionan frente a las iglesias, -no van por ninguna indulgencia- universidades, hospitales, aùn no se ha detenido, el hombre, alrededor de los cementerios o donde creman la basura. ¿Serìan choferes gallotes con sus smoking brillantes alquilados? Si les pusieran alas, no verìamos el sol. Algùn día lo haràn. ¿Ya no habrà petròleo? ¿Ya no habrà agua? ¿Ya el desierto no querrà ser desierto? ¿Ya no habrà nada? ¿Ya no habrà tiempo? Nos sentaremos con un gran tablero de ajedrez en una ciudad vacìa a mover las piezas. ¿Reescribiremos la historia con la pluma de la pobre ave que fuimos sobre la tumba de la última arena movediza que aùn respira y nos espera? Oye Flaco, Flaca, bajen, les tengo un cuarto con el gusano de mayordomo de un verde impecable. Mejor me voy a escribir un poema.
Epìlogo
¿El epílogo, es comenzar de nuevo.....?
El hombre hizo un último viaje por la ciudad, los rascacielos como moáis tallados al acero, cemento y vidrio, un sol vago y el cielo vaporoso devolvìa las nubes y el agua esencial, la profundidad de una mirada perdida sobre un mar inmutable. Todo cambia y sigue su curso, el viejo Heràclito con sus botas nuevas cruzando el rìo. Yo no me pierdo este espectàculo, el hombre sigue el curso de los pies en la avenida, a su espalda van pasando los rascacielos como elefantes de cristal inmóviles, somnolientos. Nadie en un balcòn, nadie en las aceras, nadie en el mar. ¿Nadie, dònde estàn todos? Pasa una bandada de pájaros que busca un refugio, el paisaje es un ejercicio natural, despega, se desprende de la tierra, otro movimiento, colores, azufre, vapores y smog a ras de calle. Galpones oxidados contra el mar, viejos muelles, estuvo otro tiempo aquí, anteriormente uno más antiguo. La ciudad repite un tiempo nuevo, el hombre el hombre es memoria, el presente sucede y es memoria.
Moby Dick regresa
Esta es mi vìa cruxis,
me apego al cemento,
vamos bufando con la manada,
carburando mal,
oliendo la bosta por las alcantarillas
Somos la porfiada Moby Dick,
varados en la blanca espuma
de un mar gelatinoso,
azotando el cuerpo sumergido
respirando con el arpòn en el espinazo,
brota sangre, furia blanca,
la fe no muere marinero,
soy una simple ballena
¿No dices que todo lo destruyo
sin vencer?
2 comentarios:
y un final porteño de tango!!! està interesante, descriptivo de una atmòsfera donde el lector cree que irà pasando algo y es un suceder, como Carver con esa genialidad de ver en lo cotidiano algo extraordinario, lo ovbio pasa a ser el protagonista.
Adelante!!
Muy bueno esto. No puedo dejar de pensar en pobre especie, tener que verselas con la existencia, què trabajito nos dieron
........
caminar , caminar......atràs no se puede volver...aunque cuàntas veces un grito de socorro fue una señal de regreso.
Lo mejor que se puede hacer con la vida es Arte, sin duda, sino serìa algo insoportable.
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