Aquí
y ahora, frente al mar,
el horizonte señala un camino,
tal vez,
mientras las pequeñas olas
juegan en
la orilla con nuestros pies.
La espuma
es lo que queda en la arena
y el mar vuelve a sus profundidades
sin
pensarlo dos veces.
2
La ciudad
inconmovible a nuestra espalda,
con sus
blancos rascacielos
busca su
propio espacio, identidad
más allá de
sus repetidas fachadas.
Es una
época incierta, donde la prisa
es el pan
de cada día y el paisaje
pasa
desapercibido como una vitrina más
con algunos
accesorios que
impone
la moda
trivial, vana, artificial,
hija
pródiga del mercado.
3
A pesar de
nosotros mismos,
la
naturaleza permanece ahí,
más
vital que un espacio solemne
tras sus
grandes ventanales
y poderosas
columnas de cemento.
4
Urbanista
es el pájaro que nos canta
al
despertar y pareciera no acostumbrarnos
a la
silenciosa mañana antes del amanecer.
El hombre
pasea tranquilamente su imagen al despertar
frente al
espejo que pareciera no reconocerlo.
Lo qué es
útil pareciera estar condenado a morir,
para seguir
alimentando la cadena infinita
de
producción y muerte sin sentido.
5
El hombre
es quien, sin duda, piensa y determina,
aunque
estas palabras no son para abrir un juicio,
ni sirven
de prueba alguna ante lo visiblemente
conmovedor,
el más brutal ejercicio
de nuestra
propia extinción a manos
de la
estupidez humana, la más formidable
herramienta
que el hombre haya desarrollado
para
combatirse así mismo hasta la muerte.
6
Las
palabras simples son las más necesarias,
en tiempos
de urgencia, sin sentido aparente,
aquellas
que disparan al centro de las cosas,
no
escatiman verbos para sorprender al lector,
al menos
advertirle que uno transforma su época
aún en
medio de las dificultades de excepción,
que nadie
puede ni debe tiranizarnos, ni nosotros
al prójimo,
que la paz y el derecho a la vida
es un
derecho al nacer y ver por primera vez
la luz que
nos rodea, invita con su simpleza
a ver, caminar y respirar.
Rolando Gabrielli2025
Here and now, before the sea,
the horizon sketches a path—
perhaps, as tiny waves
dance at our feet along the shore.
Foam is all that lingers on the sand,
and the sea, without a second thought,
returns to its hidden depths.
2
Behind us, the city stands unshaken,
its white towers reaching upward,
seeking a space, an identity
beyond the sameness of its façades.
It’s an uncertain time,
where haste is daily bread,
and the landscape drifts by unseen—
just another storefront
with trinkets shaped by fleeting trends,
trivial, vain, artificial—
the prodigal child of the marketplace.
3
Despite ourselves,
nature endures—
more alive than solemn halls
framed by vast glass windows
and mighty columns of concrete.
4
Urban planner is the bird that sings
to wake us,
and still we struggle
to grow used to the silence
before the dawn.
Man strolls his image
past a mirror that no longer knows him.
What is useful seems doomed to die,
fueling the endless chain
of senseless making and unmaking.
5
Man—yes, he thinks, he chooses.
But these words are no verdict,
no proof
against the aching truth—
the most brutal act of all:
our own extinction
by our own hands.
Human stupidity—
our most formidable invention—
turns against us
and drags us toward the end.
6
Simple words are most needed
in these urgent, hollow times—
words that strike at the heart,
that do not spare verbs
in startling the reader,
or at least remind them
that we shape our own age,
even in its hardest hours.
No one must rule us,
nor must we rule another.
Peace, the right to life—
are ours from the moment
we open our eyes
and see the light around us.
Its simplicity invites us
to look, to walk,
and to breathe.
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