ROLANDO GABRIELLI
La receta del poema es tan antigua como la palabra la vida, y su enigma está en el lector porque no sabemos como traducirá el texto para su propia experiencia placer, lo que (nos) quiso decir y dijo finalmente el poeta.
Un poema vela y se revela en la palabra, y el lector levanta el velo en la penumbra, donde el texto lo ha instalado solitaria y soberanamente.
Se cocina a solas, con todos los ingredientes que decanta el poeta, cuyo aroma debe percibir y traducir el lector de acuerdo con la capacidad e interés de sus sentidos.
Dos cocimientos para un mismo poema: el del oficio y la lectura informal de quien ignora quien lo escribió y conoce algunos rasgos biográficos y su obra, tal vez fragmentariamente.
Es un acto privado y seguirá siéndolo aunque pase de mano en mano y de ojo en ojo.
Un poema siempre tiene una historia detrás de las palabras y la que construye quien lo lee en el tiempo inaugural y anónimo.
Hay poemas cerezas, crudos, peces de largos ríos, textos de metal madera, agua, construidos sobre el aire, panes de un horno, transparentes, oscuros, volátiles, terrenales o que sólo son señales.
El poema surge abrupto detrás de la palabra o viene del fondo de la memoria. Siempre es atmósfera, deseo y conmoción.
El poema roba el fuego a los dioses para todos sus lectores. Es luz de su sombra, doble corazón de su fruto, una razón desconocida a punto de ser develada.
El poema ama el vientre de la palabra, su hondo silencio, es latido, fruto, nunca cáscara.
Oh liviano muro
Oh pesado silencio
Todo regresa tiempo
Yo soy muro
Yo soy silencio
Soy tu mismo río
Muro liviano
Pesado silencio.©2006
La receta del poema es tan antigua como la palabra la vida, y su enigma está en el lector porque no sabemos como traducirá el texto para su propia experiencia placer, lo que (nos) quiso decir y dijo finalmente el poeta.
Un poema vela y se revela en la palabra, y el lector levanta el velo en la penumbra, donde el texto lo ha instalado solitaria y soberanamente.
Se cocina a solas, con todos los ingredientes que decanta el poeta, cuyo aroma debe percibir y traducir el lector de acuerdo con la capacidad e interés de sus sentidos.
Dos cocimientos para un mismo poema: el del oficio y la lectura informal de quien ignora quien lo escribió y conoce algunos rasgos biográficos y su obra, tal vez fragmentariamente.
Es un acto privado y seguirá siéndolo aunque pase de mano en mano y de ojo en ojo.
Un poema siempre tiene una historia detrás de las palabras y la que construye quien lo lee en el tiempo inaugural y anónimo.
Hay poemas cerezas, crudos, peces de largos ríos, textos de metal madera, agua, construidos sobre el aire, panes de un horno, transparentes, oscuros, volátiles, terrenales o que sólo son señales.
El poema surge abrupto detrás de la palabra o viene del fondo de la memoria. Siempre es atmósfera, deseo y conmoción.
El poema roba el fuego a los dioses para todos sus lectores. Es luz de su sombra, doble corazón de su fruto, una razón desconocida a punto de ser develada.
El poema ama el vientre de la palabra, su hondo silencio, es latido, fruto, nunca cáscara.
Oh liviano muro
Oh pesado silencio
Todo regresa tiempo
Yo soy muro
Yo soy silencio
Soy tu mismo río
Muro liviano
Pesado silencio.©2006
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