viernes, junio 09, 2006

LA CIUDAD DE PAPEL

Si las estupideces se sumaran junto con las banalidades escritas en los medios de comunicación, se podría empapelar la ciudad y seríamos un cadáver perfecto, noticiosamente hablando y muy saludable.
Todos nos beneficiaríamos con esta publicidad de país morgue, cuerpo callejero, tapado con papel de diario y podríamos sentarnos en las plazas a ver pasar nuestra jubilación, el futuro esplendor, en la pasarela del futuro.
Información instantánea, dentrífica, escrita en un gran paréntesis de olvido, vertida la palabra en la hemorragia, a la espera de un sueño dorado en el perfume de la nostalgia, pero sabe que inequívocamente, seguirá patinando frente a un espejo opaco.
Información desdentada, pero con colmillos de hiena, sonrientes fácticas fauces, cínicamente de plástico, para dolerte mejor.
Cada mañana el Alcalde podría cambiar los titulares con unas cuadrillas uniformadas en amarillo: los borradores de la memoria, amigos del presente, ciudadanos del tiempo libre, señores de la política bumerang, caballeros de la palabra global, uniformada, habitantes donde el futuro es un acto irremediable. El mundo es un blog rojo, ensangrentado, agrietado, despelucado a punto de estallar en el corredor de la muerte.
La ciudad es un chicle indefinido, pegajoso, masticable, poco digerible, pero existe. Ese sería un lema para los ediles de turno, repetido en las paredes, el metro, los baños públicos, plazas y plazoletas, parques, patios de luz, mall y en todos los lugares donde se haya visto un arco iris.
Un país sin horarios, sin vigilancia publica y privada las 24 horas del día y de los 365 días del año, es simplemente sospechoso y debe tener siempre lista la gran alfombra roja a la salida de la ciudad, a la entrada del aeropuerto para desear una bienvenida general.
La bienvenida debe darse en todos los idiomas del mundo y al final un Merci. Y un gran titular debe recibir al pasajero de la medianoche. Cualquier golondrina puede hacer su verano, pero ningún funcionario su agosto.
Cortesía, vitrina, pasarelas, show, glamour, vanidades, fiesta, confeti, serpentinas, que son las flores de los pobres, el sudor oculto detrás de los claveles marchitos, las margaritas deshojándose frente a una funcionaria pública.
Los funcionarios del estado, todas las mañanas deben cambiar el agua al pajarito y tomar la temperatura a los documentos, regar unas plantitas llenas de smog, hacer la venia al jefe de todo O.K. y enfrentar el día sin sombras, despejado, como si no fuera a llover nunca.
La ciudad nos espera a todos como un gran helado al portador, y nos ahorraríamos los programas de TV si fuéramos a ver leer en las paredes los mensajes oficiales, hermanados por la prensa de un sólo ojo.
De vez en cuando, el Alcalde, para romper la rutina, podría crear ambientes distintos, de expectación, por ejemplo, algunos anuncios: Esta noche llega Kafka al país, todos entramos en un Proceso a partir de la media noche. O, Marx se sumará a los asaltantes del cielo, se necesitan boy scout para acompañarlo cerca de la cordillera. El Paciente Inglés se bajará de su Zeppelín vestido con su capa, y recogerá las 10 mujeres que hayan vendido más calugas en El Paseo Ahumada.
El Alcalde tocará su puerta esta noche y usted debe responder con una escoba en la mano y se llevará como premio, una vuelta en moto con una carabinera de Chile por el centro de la ciudad.
Imaginación es lo que reclaman las autoridades, vocación de servicio, capacidad de aguante, fe en el futuro y guerra a muerte al pasado, cenizas a la memoria, sepultura a los recuerdos, nicho, epitafio, fosa común, a cualquier indicio de te acordás hermano, había una vez, o cualquier cosa parecida esto fue lo que sucedió. Aquí no ha pasado nada. Ni pasará. Lo que está pasando, ya es olvido.
Rolando Gabrielli©2006

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