No es el comienzo ni el final de una novela. Hay temas que nacen agotados en sí mismos. Este podría ser uno. No soy de los que ponen límites a las cosas ni a las personas. ¿Quién es uno? Habría que averiguarlo. Me da la impresión que esto lo había contado antes. Al menos lo soñé, pasó. No existe ninguna prueba, ni libreto que responda a esta interrogante o afirmación. Es un elemento propio de la escritura. Hay que convertir la derrota y frustración en literatura. No es un ejercicio menor. La ficciòn no es tan miserable. El Sótano es el lìmite de la noche, privilegio del espacio kafkiano. Planos, luces difusas, el gran ventanal que asemeja un centro de controloradores en un aeropuerto subterràneo. La pista pareciera trazada para viajes infinitos, sin partida ni llegada. Los pasajeros no dejan de volar. Aterrizan en el circuito imaginario de su memoria. El día ya no vestía ropas, toda la noche había entrado al Sótano y no se necesitaba màs oscuridad para observar que había detràs de los rostros que pasaron frente al ventanal. Alguien habìa dejado en la mañana su rostro en la almohada tibia de la mañana. El aviòn decolaba bajo la nieve y un frío intenso, abandonaba el invierno en estado crudo. Un lugar para la desolaciòn. Absolutamente yerto. Un paisaje que se olvida asimismo. Los ojos estaban al otro lado del ocèano. La ropa tèrmica colgada con alegrìa respiraba su confinaciòn, cuando el invierno estaba en pleno apogeo y màs debieran necesitarla. No era su momento, pero ya volverìa a calzar el cuerpo con plena confianza de que seguía siendo necesaria, útil, indispensable. Se apoderarìa de cada una de las piezas vitales y las inmovilizarìa durante su permanencia diaría, en señal de protecciòn. Brindaba los servicios de una càrcel, pero era su trabajo. Es mejor que le comprendieran. Tuvieran paciencia. Trataran con confianza. Todos saben, la ternura requiere de oficio. Lo sorprendente es que en menos de 48 horas, al otro lado del ocèano, se enfrentarìa con una tormenta eléctrica y granizada de verano, de esas que ya no permiten tener fe en el tiempo. Yo ya estaba leyendo Los Vagabundos del Dharma de Jack Keourac.
Rolando Gabrielli injustamente censurado por Blogger (una empresa Google)
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Hace 14 años.
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