Buenos Aires es la capital del tango y es más que un rumor, como se encienden las pistas de punta a punta con las minas como si dejaran volar sus cuerpos sobre el piso inexistente de la realidad. Pero el tango también es compás a ras de suelo, pasión y respiración de dos, como si nada existiera, ni el tiempo sucediera más que en la cadencia, fuerza de un baile cuyos giros cortan el aire y más. La gracia del tango es como saber cebar un buen mate, dejar que brille el tiempo de la luz y la sombra en su propio lugar. El tango no tiene tiempo y Buenos Aires lo sabe y sigue cautivando a los bailarines que son de casa y los que la visitan. Se sabe que tiene alma, la ciudad y se deja querer, como una mina porteña bien orgullosa y plantada, con su pelo recogido y sus piernas largas que no tienen tiempo y volaran. La ciudad tiene un nombre que reconocen tus pasos y sus calles aprenden tu nombre a deletrear. En su abecedario el Rìo de la Plata sabe de tus sueños , pasión, deseos e ilusiones y porque te conoce puedes bañarte no una sino un millones de veces en sus aguas que nunca serán las mismas como las tardes o el amanecer de Buenos Aires.
El tango tiene su propia puerta de entrada y salida, su arqueología y atmósfera de un sólo aire compartido. Espacio que recoge un tiempo preciso, pasos que en la memoria resuenan y tú sigues soñando Buenos Aires.
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